Más sobre la hermana Ignacia









Más de 40 años después de su muerte, se volverá rendir honor a la Hna. Ignacia por los magníficos servicios que prestó a los alcohólicos de dos hospitales de Ohio. El 2 de abril de 2006, se puso el nombre secundario de la Vía de la Hermana Ignacia a una parte de la calle East 22nd cerca del hospital de la Caridad de San Vicente de Cleveland. Y los días 9, 10 y 11 de junio, el fin de semana del Día de los Fundadores en Akron, se abrió para la visita de centenares de A.A. visitantes el nuevo Centro de la Herencia de la Hermana Ignacia en la Capilla del Hospital Summa Santo Tomás.
La pequeñita monja vive en los cariñosos recuerdos de los miles de alcohólicos a quienes ella ayudó en el Hospital Santo Tomás entre 1939 y 1952 y en el Salón del Rosario del Hospital San Vicente desde 1952 hasta poco tiempo antes de su fallecimiento en 1966. Ignacia, prácticamente una leyenda entre los A.A., trabajó con el Dr. Bob, cofundador de A.A. para establecer en el Hospital Santo Tomás de Akron el primer centro de tratamiento para alcohólicos en una instalación religiosa. Y luego estableció el Salón del Rosario en el Hospital de la Caridad de San Vicente. Según un cálculo estimado, durante 27 años tuvo bajo su cuidado a más de 15,000 alcohólicos. El ejemplo de la Hna. Ignacia y del Dr. Bob sin duda preparó el terreno para la aceptación generalizada del alcoholismo como legítima diagnosis para tratamiento en los hospitales. La Hna. Ignacia, que se solía caracterizar como una monja “delicada”, no parece que era la
candidata con mayores probabilidades para este papel exigente. Pero hoy día es posible ver que la Providencia la preparó para esta espléndida misión de curación y guió los eventos que contribuyeron a que tuviera éxito.
Nació el 2 de enero de 1889 en Shanvilly, Condado Mayo, Irlanda, y la bautizaron con el nombre de Della Mary Gavin. La familia emigró a Cleveland cuando ella tenía siete años, y de niña era precoz y cariñosa que daba indicios de talento musical poco común, como pianista y como cantante y más tarde, daba clases en el hogar de sus padres. También se vio poseída por un gran deseo de hacerse religiosa. En 1914, se unió a las Hermanas de la Caridad de San Agustín, y en esa comunidad continuó su educación musical y sus enseñanzas.
Con estos antecedentes podría haber pasado los años como músico respetada en su diócesis, serenamente obediente y buscada para los más deseados trabajos. Sin duda fue aceptada y amada por los demás miembros de su comunidad y sus estudiantes. Pero se vio involucrada en un conflicto que ella no había creado. Sus interpretaciones del canto gregoriano fueron criticadas por el obispo de su diócesis y ella empezó a sufrir grandemente por las duras crítica. En 1933 sufrió un grave colapso físico y mental que casi la mató. Su médico le dijo que no podía seguir trabajando como maestra de música con tanta presión y le aconsejó que lo tomara con calma. Bill W., en un ensayo compuesto después del fallecimiento en 1966 de la Hna. Ignacia dijo que “con gran alegría, María Ignacia aceptó un puesto más tranquilo y menos distinguido. Se encargó de las admisiones en el Hospital Santo Tomás de Akron, Ohio—una institución administrada por su
orden. En esos días, no se sabía si incluso esa tarea resultaría ser demasiado para ella. Nadie habría creído que iba a llegar a los setenta y siete años; solo Dios sabía que estaba destinada a atender en años posteriores a 15,000 alcohólicos y a sus familias.”
Fue su encuentro con el Dr. Bob lo que transformó la misión de su vida. A principios de 1939, él llegó a su despacho de la recepción del Hospital Santo Tomás para pedir que se admitiera a un alcohólico llamado Walter B. Dándoles diagnósticos diferentes del alcoholismo, Bob se las había arreglado para que otros alcohólicos fueran admitidos en diversos hospitales de la ciudad, entre ellos el Hospital Municipal donde hizo su residencia y todavía trabajaba. Pero casi se había agotado la paciencia de los administradores de esas instituciones y Bill creía que Santo Tomás, por ser una institución religiosa, podría ser más caritativo y receptivo. Y así lo fue; pero la Hermana Ignacia y el Dr. Bob tuvieron que esforzarse diligentemente para ganarse la confianza de su superior y de los administradores del hospital. Según Bill, lograron admitir “de contrabando” a un tembloroso borracho con el diagnóstico de “indigestión grave”. Pero
este hombre estaba tan borracho que tuvieron que encontrarle una habitación privada, así que lo instalaron en la floristería del hospital. (Un relato humorístico dice que el hombre al despertarse rodeado por tantas flores se creyó que estaba muerto en una funeraria.) Dándose cuenta de que no estaban observando los reglamentos al pie de la letra, la Hermana Ignacia y el Dr. Bob fueron a explicar el caso a la Superiora del hospital, la Hermana Clementina. “Para inmenso regocijo de nuestros amigos, ella se mostró de acuerdo, y poco tiempo después, expuso atrevidamente el nuevo proyecto ante el consejo administrativo de Santo Tomás,” escribe Bill. “…y tan fuerte era su apoyo que, sin pasar mucho tiempo, invitaron al Dr. Bob a integrarse en el cuadro médico de Santo Tomás, un ilustre ejemplo del espíritu ecuménico. 
“Pronto tuvieron un pabellón reservado para la rehabilitación de los alcohólicos—naturalmente, bajo la supervisión directa de la Hna. Ignacia. El Dr. Bob apadrinaba a los nuevos casos y les facilitaba atenciones médicas, sin cobrar nunca nada a nadie.” Ignacia y Bob también hacían uso del recién publicado libro Alcohólicos Anónimos, para exponer el enfoque de A.A. y siempre bienvenidos los A.A. visitantes. Ignacia, aunque seguía en su puesto como directora de admisiones del hospital, pasabatanto tiempo como le era posible en el pabellón.
El cuidado compasivo (del alcohólico) era, al parecer deBill, el principal ingrediente de la Gracia singular de la HermanaIgnacia. Dijo que “con esa especie de magnetismo, atraía haciaella a incluso los más duros y obstinados. Pero no siempreaguantaba las tonterías. Cuando era necesario, sabía dar pruebas de su autoridad. Luego, para amortiguar el golpe, se valía de su maravilloso sentido del humor. En una ocasión, al oír a un borracho recalcitrante decir con tono arrogante que nunca volvería a poner los pies en un hospital, la Hna. Ignacia le respondió, ‘Bueno, esperemos que no. Pero en caso de que vuelvas, recuerda que ya tenemos pijamas de tu talla. Lo tendremos listoy esperándote’.”
La Hermana Ignacia creía firmemente en el enfoque de A.A. y hacía lo necesario para procurar que a toda persona admitida al pabellón se le diera la información y el ánimo necesarios para vivir una vida sin alcohol. Tenía entrevistas con todos los pacientes que estaban a punto de salir y les advertía de los peligros del orgullo, la autolástima, los resentimientos, la intolerancia y la crítica. Daba a todos los hombres un libro de inspiración y una pequeña medalla religiosa conocida como la del Sagrado Corazón; el aceptar la medalla era símbolo de un acuerdo entre los dos; el paciente acordaba en venir al hospital y devolverla personalmente a la Hermana Ignacia (antes de tomar otro trago) si algún día le parecía que no le gustaba la abstinencia.
El Dr. Bob y la Hermana Ignacia trabajaron juntos más de diez años en el Hospital Santo Tomás, hasta la enfermedad y el fallecimiento del Dr. Bob en 1950. La Orden de Ignacia la trasladó en 1952 al Hospital de la Caridad San Vicente de Cleveland donde ella estableció un pabellón para el tratamiento de alcohólicos parecido al del Hospital Santo Tomás. Además se las arregló para poner al pabellón el nombre de Rosary Hill Solarium (Solario del Monte del Rosario) — con las iniciales, RHS, del Dr. Bob.
Para principios de los años cincuenta el duro trabajo estaba afectando gravemente a su salud, se volvió cada vez más frágil y se vio varias veces a las puertas de la muerte. Durante esos episodios Bill W. fue a visitarla en Cleveland. De las visitas dice: “se me permitió sentarme al lado de su cama. En estas ocasiones, pude verla en sus mejores momentos. Su fe perfecta y su completa aceptación de la voluntad de Dios siempre estaban implícitas en todo lo que decía… El temor y la incertidumbre parecía serle totalmente ajenos.”
En su último año, la Hermana Ignacia vivió en Monte Agustín, la casa principal de su Orden, en Richfield, Ohio. Poco después de la nueve de la mañana de 1 de abril de 1966, su espíritu serenamente partió de este mundo.
En la misa de réquiem celebrada en la Catedral de Cleveland no había espacio suficiente para los feligreses. “No era la hora de lamentarse,” escribió Bill, “sino de dar gracias a Dios por su inmensa bondad para con todos nosotros.” Al igual que los funerales de muchos A.A., fue una celebración de su vida y de sus obras compasivas para el bien de miles de alcohólicos.

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