Como el hombre Piensa,. de James Allen





Mel B., Tres Clásicos de la recuperación: Como un hombre piensa de James Allen, La cosa Mas Grande en el Mundo de Henry Drumoond, y Un instrumento de Paz ( La Oración de San Francisco )  , ), Septiembre 2004, ISBN 0-595-32631-5, vi + 92 pp., $11.95.



En su propia busqueda de la sobriedad y la felicidad,el autor de A.a. Mel B. encontro una fuente continua de insìración y esperanza en los escritos clásicos de  James Allen y Henry Drummond ......


El libro de James Allen Como el hombre piensa, nos enseña que nuestras vidas se rigen y son formadas por la manera de pensar, sentir, hablar y actuar. Descubrimos que siempre somos dueños de nuestro destino: cuando nuestros pensamientos son malos, nuestras vidas necesariamente se convierten en malas.

Lista de lecturas de los primeros tiempos en Akron :The Old-Time Akron Reading List:


Libros para principiantes ;


Tanto el libro de James Alcomo el de  Henry Drummond estaban considerados como obras clasicas de la vida espiritual para  los primeros AA, y eran recomendados a lso recienllegados a lo largo de los Estados Unidos (Akron, Detroit, California, etc). Los grupos de AA los tenían disponibles para la venta para facilitar que los miembros los pudiesen tener.


Un manual para Alcohólicos Anónimos (EL MANUAL DE AKRON), publicado por el grupo de Akron a finales de 1939 o comienzos 1940, con la aprobación del Dr. Bobdebemos asumir, da una lista al final de las lecturas recomendadas para los recién llegados a AA, para que puedan comprender mejor los aspectos espirituales del programa,incluidos en estos libros.

"L siguiente literatura," dice el panfleto, "ha ayudado a muchos miembros de Alcoholicos Anónimos":

Alcoholicos Anónimos (the Big Book).

La Santa Biblia  (especialmente el  Sermon de la Monaña en Mateo 5-7 )

La carta de  James, 1 Corinthians 13, and Psalms 23 and 91).

La cosa mas grande del mundo , Henry Drummond.

El amigo que no cambia, a series (Bruce Publishing Co., Milwaukee).

Como un hombre piensa, James Allen.

El Seron de la montaña,de Emmet Fox (Harper Bros.).

El Yo que tiene que vivir contigo, Winfred Rhoades.

LA psicologia de la personalidad cristiana, Ernest M. Ligon (Macmillan Co.).

vida abundante , E. Stanley Jones.

El hombre que nadie concoce , Bruce Barton.

Fuente VER
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Nota de AHAA : Así pues trás este breve artículo obtenido de la web de hisdsfoot que pretende ilustrar la oportunidad de la inclusión de este libro como relacionado con la historia de AA, a continuación podeis leer el mismo, el cual es cortito y una verdadera joya



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James Allen

 Como el Hombre Piensa. James Allen.


Traductor y Digitalizador: Claudio Lincol






L-01 – 21/12/03






Índice


0.Prefacio


1.Pensamiento y carácter


2.Efecto del pensamiento en las circunstancias


3.Efecto del pensamiento en la salud del cuerpo


4.Pensamientos y propósito


5.El factor pensamiento en el éxito


6.Visión e ideales


7.Serenidad


Prefacio


Este pequeño volumen (resultado de la meditación y la experiencia) no intenta ser un tratado exhaustivo acerca del poder del pensamiento, de lo que ya mucho se ha escrito. Es más bien sugestivo antes que explicativo, su objetivo es estimular a hombres y mujeres al descubrimiento y la comprensión de la siguiente verdad :






Ellos son forjadores de sí mismos.






en virtud de los pensamientos que escogen y estimulan; que la mente es la fábrica maestra que teje las ropas que visten tanto en lo profundo del carácter como en lo externo de las circunstancias, y que si hasta ahora han tejido ignorancia y sufrimiento pueden tejer iluminación y felicidad.






James Allen






1. Pensamientoy carácter


El Aforismo, “Como un hombre piensa en su corazón, así es él,” no sólo abarca su ser, sino que llega a comprender cada condición y circunstancia de su vida. Un hombre es literalmente lo que piensa, siendo su carácter la suma de todos sus pensamientos.






Así como una planta brota de su semilla, y no podría ser de otra manera, así cada acción de un hombre brota de las semillas invisibles del pensamiento, y no podrían existir sin ellas. Lo anterior es aplicable por igual a aquellos actos considerados “espontáneos” y “no premeditados” como a aquellos que son deliberadamente ejecutados.






Las acciones son brotes del pensamiento, y la dicha y el sufrimiento son sus frutos; De este modo el hombre cosecha los frutos dulces y amargos que él mismo siembra.






Los pensamientos en la mente nos hacen lo que somosNos forjan y modelan. Si albergas en tu mente pensamientos inferiores, el dolor te seguirá como sigue el arado al buey . . . Si en cambio tus pensamientos son elevados, te seguirá la dicha como tu propia sombra, es un hecho.










El desarrollo del hombre está gobernado por leyes, no por artificios, y la ley de causa y efecto es tan absoluta e inevitable en el reino oculto de los pensamientos como lo es en el mundo de los objetos visibles y materiales. Un carácter admirable no es asunto de azar o de favor, sino el resultado natural de un constante esfuerzo en albergar los pensamientos correctos, el efecto de una muy larga y apreciada asociación con pensamientos admirables. Un carácter innoble y bestial, por el mismo proceso, es el resultado de pensamientos viles albergados continuamente.






Él es hecho o deshecho por sí mismo; en la armonía del pensamientos forja las armas con las que se destruye; también elabora las herramientas con las que construye para sí mansiones celestiales de felicidad fortaleza y paz. Con la elección y aplicación de los pensamientos correctos el hombre asciende a la perfección divina; Con la aplicación y el abuso de los pensamientos incorrectos, desciende bajo el nivel de las bestias. Entre estos dos extremos están todas las categorías del carácter, y el hombre es su maestro y hacedor.






De todas las maravillosas verdades del alma que han sido recuperadas y redescubiertas en esta era, ninguna más grandiosa y fecunda de divina promesa y esperanza que esta – el hombre es el amo del pensamiento, forjador del carácter, creador y modelador de condiciones, entorno y destino.






Como un ser de Poder, Inteligencia y Amor, y señor de sus propios pensamientos, el hombre posee la llave de cada situación, y lleva consigo la agencia de transformación y regeneración por la cual hace de sí mismo lo que quiere.






El hombre es siempre el amo y señor, aún en su estado de mayor debilidad y abandono; pero en su debilidad y degradación es el amo necio que gobierna mal sus asuntos. Cuando empieza a reflexionar acerca de su condición, y a buscar diligentemente la Ley que lo llevó a ese estado, se transforma en el amo sabio, canalizando inteligentemente su energía, y elaborando pensamientos fructíferos. Ese es el amo sabio, y el hombre sólo puede llegar a serlo descubriendo dentro de sí mismo las leyes del pensamiento; descubrimiento que es resultado de aplicación, auto-análisis, y experiencia.






Solamente después de mucho buscar y excavar el oro y los diamantes son obtenidos, y el hombre puede encontrar cada verdad asociada con su ser si cava con determinación en lo profundo de su alma; y probará inequívocamente que es forjador de su carácter, modelador de su vida, y constructor de su destino, si vigila, controla, y altera sus pensamientos, siguiendo el rastro de sus efectos en sí mismo, en otros, en su vida y circunstancias, enlazando causa y efecto con práctica e investigación pacientes, y utilizando cada experiencia, aún la más trivial, cada hecho cotidiano, como medios para obtener el conocimiento de sí mismo que es Entendimiento, Sabiduría, Poder. En ese sentido, como en ningún otro, está la ley absoluta “Aquel que busque encontrará; a aquel que toque la puerta ésta se le abrirá”; sólo con paciencia, práctica, e impertinencia incesante puede un hombre entrar por la Puerta del Templo del Conocimiento.






2. Efecto del pensamiento en las circunstancias


La mente de un hombre se compara a un jardín, que puede ser inteligentemente cultivado o ser abandonado y llenarse de hierbas; pero sea cultivado o descuidado, está destinado a producir. Si no se siembran semillas útiles, entonces semillas de hierba mala caerán, crecerán en abundancia y se reproducirán.






Al igual que un jardinero cultiva su parcela, manteniéndola libre de mala hierba, cultivando las flores y frutos que requiere, así debe también el hombre atender el jardín de su mente limpiándola de pensamientos dañinos, inútiles e impuros, y cultivando hasta la perfección las flores y frutos de pensamientos correctos, útiles y puros. Sólo siguiendo este proceso el hombre tarde o temprano descubre que él es el jardinero maestro de su espíritu, director de su vida. También descubre en sí mismo, las leyes del pensamiento, y entiende, cada vez con mayor precisión, cómo la fuerza del pensamiento y los elementos de la mente operan en la formación de su carácter, sus circunstancias y su destino.






El pensamiento y el carácter son uno solo, y mientras el carácter sólo se manifiesta y descubre a través de las circunstancias, el entorno de la vida de una persona siempre estará en armonía con su estado interior. Esto no significa que las circunstancias de una persona en un momento dado son un indicador de todo su carácter, sino que aquellas circunstancias están íntimamente conectadas con algún elemento vital de pensamiento en su interior que, en ese momento, es indispensable para su desarrollo.






Cada hombre está donde está por la ley de su propio ser. Los pensamientos que ha construido en su carácter lo han llevado allí, y en la disposición de su vida no hay elemento de azar, sino el resultado de una ley que no puede fallar. Esto es cierto tanto para aquellos que se sienten descontentos con su entorno como para aquellos que están satisfechos con él.






Como ser de evolución y progreso, el hombre está en un punto en el que debe aprender que ha de crecer; y mientras aprende la lección espiritual que cada circunstancia le ofrece, ésta termina y da lugar a otras circunstancias.






El hombre es abofeteado por las circunstancias mientras se piense a sí mismo como un ser creado por las condiciones exteriores, pero cuando se da cuenta de que es un poder creativo, y que puede manejar las tierras y semillas de su ser de las que las circunstancias nacen, se convierte en el dueño y señor de sí mismo.






El hombre que por algún tiempo ha practicado el autocontrol y la auto purificación sabe que las circunstancias nacen de los pensamientos, porque ha notado que las alteración de sus circunstancias ha estado en exacta relación con la alteración de su estado mental. De este modo, es verdad que cuando un hombre tenazmente se dedica a subsanar los defectos de su carácter, y realiza un progreso rápido y marcado pasa rápidamente por una sucesión de cambios repentinos.






El alma atrae aquello que secretamente alberga; aquello que ama, y también aquello que teme; alcanza la cúspide de sus más preciadas aspiraciones, cae al nivel de sus más impuros deseos; y las circunstancias son los medios por los que el alma recibe lo que es suyo.






Cada semilla de pensamiento sembrado dejado caer en la mente, y que hecha raíces, se reproduce a sí misma, floreciendo tarde o temprano en acciones, produciendo sus propios frutos de oportunidad y circunstancias. Buenos pensamientos producen buenos frutos, malos pensamientos malos frutos.






El entorno de las circunstancias toma forma en el mundo interno de los pensamientos, y todas las condiciones externas, agradables y desagradables, son factores que finalmente existen para el bien del individuo, el hombre aprende tanto sufriendo como disfrutando.






Siguiendo los más íntimos deseos, aspiraciones, pensamientos, por los cuales se deja dominar (persiguiendo visiones engañosas de impura imaginación, o caminando con pie firme el camino de elevadas aspiraciones), el hombre finalmente recibe por completo los frutos de estos en el entorno de su vida.






Las leyes del crecimiento y adaptación se cumplen en todo lugar.






Un hombre no llega a un asilo de ancianos o la cárcel por la tiranía del destino o las circunstancias, sino por el camino de pensamientos serviles y bajos deseos. No cae un hombre de pensamientos puros de repente en el crimen por estrés o por fuerzas meramente externas; pensamientos criminales han sido secretamente albergados en el corazón, y la hora de la oportunidad revela su poder acumulado.






Las circunstancias no hacen al hombre; lo revelan a sí mismo. No puede existir condición tal como descender en el vicio mientras la persona sufre por sus inclinaciones viciosas; o ascender en la virtud y su felicidad pura sin el cultivo continuado de aspiraciones virtuosas; el hombre, por lo tanto, como amo y señor del pensamiento, es el hacedor de sí mismo, el formador y autor de su entorno. Aún en el nacimiento el alma se revela, y en cada paso de su peregrinación atrae aquella combinación de condiciones que la revelan, que son el reflejo de su propia pureza o impureza, su fortaleza y debilidad.






Los hombres no atraen aquello que quieren, sino aquello que son. Sus antojos, caprichos, y ambiciones se frustran a cada paso, pero sus más íntimos pensamientos y deseos se alimentan de sí mismos, sean estos sucios o limpios. La “divinidad que nos da forma” está dentro de nosotros mismos; somos Nosotros Mismos. El hombre está maniatado sólo por sí mismo. El pensamiento y la acción son los carceleros del destino – ellos nos apresan, si son bajos; ellos son también ángeles de Libertad – nos liberan, si son nobles.






No consigue el hombre aquello que desea y por lo que ora, sino aquello que con justicia se gana. Sus deseos y plegarias sólo son gratificadas y atendidas cuando armonizan con sus pensamientos y acciones.






A la luz de esta verdad, ¿cuál es entonces el sentido de “Luchar contra las circunstancias?” Significa que el hombre está continuamente revelándose contera el efecto exterior, mientras todo el tiempo está nutriendo y preservando la causa en su corazón.






Esta causa puede tomar la forma de un vicio consciente o de una debilidad inconsciente; pero cualquiera sea, tercamente retarda los esfuerzos de su poseedor, que de ese modo clama por una cura.






El hombre está ansioso de mejorar sus circunstancias, pero no está tan deseoso de mejorarse a sí mismo; por eso permanece atado. El hombre que no se encoge ante su propia crucifixión nunca fallará en alcanzar el objetivo que se traza en su corazón, esto es tan cierto en las cosas terrenales como divinas. Aún el hombre cuyo único objetivo es alcanzar prosperidad debe estar preparado para realizar grandes sacrificios personales antes que pueda lograr su objetivo; ¿y cuánto más preparado aquel que quiera lograr una vida próspera y equilibrada?.






Este es un hombre miserable y pobre. Está extremamente ansioso deseando que el confort de su entorno y su hogar mejoren, aun así todo el tiempo es mezquino en su trabajo, y se considera justificado al tratar de engañar a su empleador basado en lo miserable de su sueldo. Tal hombre no entiende los simples rudimentos de los principios que son la base de la prosperidad, y no sólo está incapacitado para alzarse sobre su miseria, sino que atrae aún mayores miserias al albergar y actuar siguiendo sus pensamientos indolentes, falsos y cobardes.






Este es un hombre rico que es víctima de una penosa y persistente enfermedad resultado de la glotonería. Está dispuesto a gastar enormes sumas de dinero para curarse, pero no está dispuesto a sacrificar su glotonería. Quiere satisfacer su gusto con comidas poco saludables y gozar a la vez de buena salud. Tal hombre es totalmente incapaz de gozar de buena salud, porque no ha aprendido los principios básicos de una vida saludable.






Este es un empleador que adopta medidas deshonestas para evitar el pago de sueldos reglamentarios, y, en el afán de mejorar sus ingresos, reduce los sueldos de los empleados. Tal hombre no está preparado para la prosperidad, y cuando sus finanzas y su prestigio se encuentren en bancarrota, el culpará a las circunstancias, sin siquiera saber que es él mismo el autor de su condición.






He presentado estos tres casos solamente para ilustrar la verdad de que el hombre es la causa (aunque casi siempre sin ser consciente) de sus circunstancias, y que, mientras aspira un buen fin, continuamente frustra su cometido al estimular pensamientos y deseos que no armonizan con ese fin. Tales casos pueden modificarse y multiplicarse casi indefinidamente, pero no es necesario, porque el lector podrá, si así lo resuelve, rastrear el efecto de las leyes del pensamiento en su propia mente y en su propia vida, y hasta que lo logre, meros hechos externos no servirán como base de su razonamiento.






Las circunstancias, sin embargo, son tan complicadas, el pensamiento está tan profundamente enraizado, y las condiciones de felicidad varían tanto entre individuos, que la condición del alma del hombre en su totalidad (aunque él la conozca) no puede juzgarse de otro modo que no sea por el aspecto externo de su vida.






Un hombre puede ser honesto en cierta dirección, y aún así sufrir de privaciones; un hombre puede ser deshonesto en cierta dirección, y aún así adquirir riquezas; pero la conclusión usual de que el primero falla debido a su particular honestidad, y que el segundo es próspero gracias a su particular deshonestidad, es resultado de un juicio superficial, que asume que el deshonesto es corrupto casi por completo, y el honesto es casi enteramente virtuoso. A la luz de un profundo conocimiento y mayor experiencia, tal juicio se encontrará erróneo. El deshonesto ha de tener algunas virtudes admirables que el otro no posee; y el honesto vicios dañinos que están ausentes en el otro. El hombre honesto cosecha los buenos resultados de sus pensamientos y actos honestos; también atrae el sufrimiento que su vicio produce; El deshonesto del mismo modo cosecha sus propios sufrimientos y dichas.






La vanidad humana se complace al creer que uno sufre por causa de su virtud; pero hasta que el hombre haya extirpado cada pensamiento malsano, amargo e impuro de su mente, y limpiado cada mancha pecaminosa de su alma, no estará en posición de saber y decir que sus sufrimientos son resultado de su buenas, y no de sus malas cualidades; y en el camino de la perfección, habrá encontrado funcionando en su mente y en su vida, la Gran Ley que es absolutamente justa, y que no da bien por mal, ni mal por bien. En posesión de tal conocimiento, entenderá, mirando atrás en su pasada ignorancia y ceguera, que su vida se desarrolla, y siempre se desarrolló, con justicia, y que todas sus experiencias pasadas, buenas y malas fueron fruto imparcial de su propio ser en proceso de evolución.






Buenos pensamientos y acciones jamás pueden producir malos resultados; malos pensamientos y acciones no pueden jamás producir buenos resultados. Esto no es otra cosa que afirmar que no puede cosecharse más que trigo del trigo, u ortiga de la ortiga. El hombre entiende esto en el mundo natural, y trabaja con ese conocimiento; pero pocos lo entienden en el mundo moral y mental (aunque esta operación es tan simple y directa), y por lo mismo no cooperan con esa ley.






El sufrimiento es siempre el efecto de los pensamientos equivocados en alguna dirección. Es indicador de que el individuo está fuera de armonía consigo mismo, con la ley de su ser. El único y supremo uso del sufrimiento es la purificación, quemar todo aquello que es inútil e impuro. El sufrimiento cesa para quien es puro. No hay sentido en quemar el oro después que la escoria se ha retirado, y un ser perfectamente puro e iluminado no puede sufrir.






Las circunstancias por las que un hombre se encuentra con el sufrimiento son el resultado de su propia falta de armonía mental, las circunstancias por las que el hombre se encuentra con la buenaventura son los resultados de su propia armonía mental. Buenaventura, no posesiones materiales, es la medida del pensamiento correcto; la infelicidad, no la falta de posesiones materiales, es la medida del pensamiento errado. Un hombre puede ser desgraciado y ser rico; puede ser bendito y pobre. La buenaventura y riqueza sólo se juntan cuando la riqueza es empleada correctamente y con sabiduría; y el hombre pobre sólo desciende a la miseria cuando considera su destino como una carga injustamente inflingida.






La indigencia y la indulgencia son dos extremos de la miseria. Ambas son igualmente innaturales y el resultado de un desorden mental. Un hombre no está correctamente adaptado hasta que es un ser feliz, saludable y próspero; y la felicidad, salud y prosperidad son el resultado de la armonía entre su mundo interno y externo, del hombre con su entorno.






Un hombre sólo empieza a ser hombre cuando deja de lamentarse y maldecir, y comienza a buscar la justicia oculta que gobierna su vida. Y al adaptar su mente a este factor gobernante, cesa de acusar a otros como la causa de su situación, y se forja a sí mismo con pensamientos nobles y fuertes; deja de patalear contra las circunstancias, y empieza a utilizarlas como ayuda para progresar más rápido, y como un medio para descubrir el poder y las posibilidades ocultas dentro de sí.






Ley, y no confusión, son el principio dominante del universo; justicia, no injusticia, es el espíritu y sustancia de la vida; rectitud, y no corrupción, es la fuerza moldeadora y motivadora que gobierna el espíritu del mundo. Siendo esto así, el hombre no tiene opción más que descubrir que el universo funciona correctamente, y al rectificarse, encontrará que mientras cambia sus pensamientos respecto a las situaciones y la gente, las situaciones y la gente cambiarán respecto a él.






La prueba de esta verdad está en cada persona, y por ello puede verificarse fácilmente mediante una introspección y auto-análisis sistemáticos. Cambie un hombre radicalmente sus pensamientos, y se asombrará de la rápida transformación que operará en las condiciones materiales de su vida.






El hombre imagina que puede mantener en secreto sus pensamientos, pero no puede; rápidamente estos se cristalizan en hábitos, y los hábitos toman forma de circunstancias. Pensamientos indulgentes se cristalizan en hábitos de indulgencia respecto a la bebida y el sexo, que toman forma de destrucción y padecimiento; pensamientos impuros de todo tipo se cristalizan en hábitos de desorientación y debilidad, que toman forma de circunstancias de perturbación y adversidad; pensamientos de temor, duda e indecisión se cristalizan en hábitos de debilidad, falta de hombría e irresolución, que toman forma de circunstancias de fracaso, indigencia, y dependencia; pensamientos de pereza se cristalizan en hábitos de desaseo y deshonestidad, que toman forma de circunstancias de inmundicia y mendicidad; pensamientos de odio y condena se cristalizan en hábitos de acusación y violencia, que toman forma de circunstancias de injuria y persecución; pensamientos narcisistas de todo tipo se cristalizan en hábitos egoístas, que toman forma de circunstancias de mayor o menor angustia.






Por otro lado, pensamientos nobles de cualquier tipo se cristalizan en hábitos de gracia y bondad, que toman forma de circunstancias de felicidad y cordialidad; pensamientos puros se cristalizan en hábitos de temperancia y dominio de sí mismo, que toman forma de circunstancias de paz y tranquilidad; pensamientos de valentía, auto-confianza y decisión se cristalizan en hábitos valerosos, que toman forma de circunstancias de éxito, plenitud y libertad; pensamientos llenos de energía se cristalizan en hábitos de pulcritud y laboriosidad, que toman forma de circunstancias placenteras; pensamientos nobles y caritativos se transforman en hábitos de generosidad, que toman formas de circunstancias de protección y preservación; pensamientos de amor y generosidad cristalizan en hábitos de desprendimiento, que toman forma de circunstancias de prosperidad perdurable y riqueza verdadera.






La persistencia en una sucesión dada de pensamientos, sean estos buenos o malos, no falla en producir resultados en el carácter y las circunstancias. Un hombre no puede escoger directamente sus circunstancias, pero puede escoger sus pensamientos, y de ese modo, indirectamente, pero con certeza, dar forma a sus circunstancias.






La naturaleza se encarga de ayudar a todos los hombres en la satisfacción de los pensamientos que lo dominan, y le presenta las oportunidades que hagan realidad de la manera más rápida tanto sus pensamientos constructivos como destructivos.






Cese un hombre de pensar pecaminosamente, y el mundo se ablandará para él, y estará listo para ayudarlo, deje de lado sus pensamientos débiles y enfermizos, y oh! las oportunidades nacerán en cada mano para ayudarlo en sus resoluciones; motive buenos pensamientos, y no habrá fatalidad que lo ate a la miseria y la vergüenza. El mundo es tu caleidoscopio, y la variedad y combinación de colores que a cada momento te presenta son las imágenes exquisitamente ajustadas de tus pensamientos siempre en movimiento.










Serás lo que has que serQue la derrota encuentre su falsa felicidaden lo que cree que es tu realidadpero tu espíritu la despreciaDomina el tiempo y conquista el espacio;vence aquella vanidosa embaucadora, “la suerte”derrota a la circunstancia,la pone a su servicioEl deseo humano, que poderdescendiente de un espíritu inmortalpuede hacer un camino a cualquier objetivoaunque murallas inmensas se oponganNo te impacientes cuando intentesque cuando logres entenderque tu espíritu es quien mandahasta los dioses han de obedecer






3. Efecto del pensamiento en la salud del cuerpo


El cuerpo es el siervo de la mente, obedece a las operaciones de la mente, sean estos deliberados o automáticos. Siguiendo pensamientos indebidos el cuerpo rápidamente se hunde en la enfermedad y el decaimiento; siguiendo pensamientos virtuosos se viste de juventud y belleza.






La salud y la enfermedad, al igual que las circunstancias, tienen su raíz en los pensamientos, pensamientos enfermizos se expresan a través de un cuerpo enfermo. Se ha sabido que los pensamientos de temor matan a un hombre tan rápido como una bala, y continuamente matan miles de gentes, tal vez no tan rápido, pero sí con igual efectividad. La gente que vive con temor a las enfermedades es la gente que las contrae. La ansiedad rápidamente debilita el cuerpo, y lo deja expuesto a la enfermedad; mientras pensamientos impuros, aunque no tengan un origen físico, pronto destruirán el sistema nervioso.






Pensamientos energéticos, de pureza y dicha producen en el cuerpo vigor y gracia. El cuerpo es un instrumento muy delicado y plástico, que responde rápidamente a los pensamientos que lo dominan, y los hábitos de pensamiento producirán sus efectos sobre él, sean estos buenos o malos.






El hombre continuará teniendo sangre impura y envenenada mientras sus pensamientos sean impuros. De un corazón limpio emana una vida y un cuerpo limpios. De una mente contaminada proceden una vida y un cuerpo corruptos. El pensamiento es la fuente de toda acción, de la vida y su manifestación; construye una fuente que sea limpia y todo será puro.






El cambio de dieta no ayudará a un hombre que no cambia sus pensamientos. Cuando un hombre purifica sus pensamientos, no deseará más comida impura.






Si deseas perfeccionar tu cuerpo, sé celoso con tu mente. Si quieres renovar tu cuerpo, embellece tu mente. Pensamientos de malicia, envidia, decepción, desaliento, le arrebatan al cuerpo su gracia y salud. Una cara amarga no es cuestión de azar, sino de pensamientos amargos.






Las arrugas que desfiguran están hechas por la necedad, la pasión y el orgullo.






Conozco una mujer de noventa y seis años que posee la inocente y luminosa cara de una niña. Conozco un hombre que no alcanza la mediana edad cuya cara está desfigurada por líneas sin armonía. Una es el resultado de una disposición dulce y vívida, el otro el resultado de la pasión y el descontento.






Así como no puedes tener un hogar saludable y dulce si no dejas entrar libremente el aire y la luz del sol en las habitaciones, así un cuerpo vívido, feliz, o un rostro sereno sólo puede ser resultado de dejar entrar libremente en la mente pensamientos felices, buenos deseos y serenidad.






En la cara de los ancianos hay arrugas producidas por la simpatía. Otras por pensamientos puros y vigorosos; y otras talladas por la pasión: ¿quién no puede distinguirlas? Para aquellos que han vivido correctamente, la edad trae calma, paz, como una puesta de sol. Recientemente he observado a un filósofo en su lecho de muerte. Era viejo sólo de años, murió tan dulce y calmadamente como vivió.






No hay mejor medicina que los pensamientos felices para disipar los males del cuerpo; no hay mejor reconfortante que la buena voluntad para disipar las sombras de la pena y la amargura. Vivir continuamente con pensamientos malévolos, cínicos, y envidiosos, es confinarse en una prisión hecha por uno mismo. Pero pensar bien de todos, ser amable con todos, y pacientemente aprender a encontrar el lado bueno de las cosas – tales pensamientos son las verdaderas puertas del cielo; y vivir el día a día en pensamientos de paz hacia toda criatura atraerá paz en abundancia a su poseedor.






4. Pensamientos y propósito


Hasta que el pensamiento no esté acompañado de un propósito no habrá logro inteligente alguno. La mayoría permite que sus pensamientos naveguen sin rumbo y a la deriva por el océano de la vida. Tal falta de propósito es un vicio, y no ha de permitirla aquel que quiere estar a salvo de la catástrofe y la destrucción.






Quien no tiene un propósito central en su vida cae presa fácil de preocupaciones banales, miedos, problemas, y auto-compasión, y así se dirige, tan seguro como si lo buscara con intención (aunque por un camino distinto), al fracaso, la infelicidad, la pérdida de lo querido, porque la debilidad no puede perdurar en un universo de poder.






El hombre debe concebir un propósito legítimo en su corazón, y luchar por alcanzarlo. Debe hacer de este propósito el centro de sus pensamientos. Puede tomar forma de un ideal espiritual, o puede ser un objeto terrenal, de acuerdo con su naturaleza y los tiempos; pero cualquiera sea, debe firmemente enfocar la fuerza de sus pensamientos hacia el objetivo que tiene ante él. Debe hacer de este propósito su tarea suprema, y debe dedicarse por completo a conseguirlo, evitando que sus pensamientos divaguen en caprichos, antojos y fantasías, este es el camino real del dominio de sí mismo y la verdadera concentración del pensamiento. Aún si falla una y otra vez en alcanzar su propósito (como tiene que suceder hasta que venza su debilidad), la fuerza de carácter ganado será la verdadera medida de su poder y su conquista, y formará un nuevo punto de partida para la victoria y el poder futuros.






Quienes no están preparados para un propósito grandioso, deberán fijar sus pensamientos en ejecutar sin faltas su asignación, no importa qué insignificante pueda parecer. Sólo de esta manera pueden los pensamientos ser concentrados y enfocados, y la energía y la resolución pueden desarrollarse, y una vez logrado esto, no habrá nada que no se pueda lograr.






El alma más débil, conocedora de su debilidad, y creyendo esta verdad – que el poder sólo puede ser desarrollado con esfuerzo y práctica, podrá aplicarla en sí misma, y añadiendo esfuerzo al esfuerzo, paciencia a la paciencia, y fuerza a la fuerza nunca dejará de crecer, y al final crecerá con fuerza divina.






Así como el hombre físicamente débil puede fortalecerse mediante un cuidadoso y paciente ejercicio, así el hombre de pensamientos débiles puede convertirlos en poderosos ejercitándose a sí mismo en el pensar correcto.






Eliminar la falta de propósito y la debilidad, y empezar a pensar con propósito, es ascender al rango de aquellos que sólo reconocen el fracaso como uno de los caminos al éxito; quienes hacen que las circunstancias les sirvan, y quienes piensan con fortaleza, se lanzan con fiereza, y vencen con maestría.






Habiendo concebido su propósito, el hombre debe marcar mentalmente una línea recta que lo lleve a su objetivo, sin mirar a la derecha ni a la izquierda. La duda y el miedo deben excluirse rigurosamente; son elementos que desintegran, que rompen la línea recta del esfuerzo, y la desvían, son inútiles, ineficaces. Los pensamientos de duda y temor nunca han logrado una meta, y nunca podrán. Siempre conducen al fracaso. El propósito, la energía, el poder, y los pensamientos enérgicos se detienen cuando la duda y el temor se arrastran entre ellos.






La decisión y el propósito emanan de saber lo que podemos hacer. La duda y el miedo son los grandes enemigos del conocimiento, y aquel que los aliente, y no los elimine, encontrará la frustración a cada paso.






Aquel que haya conquistado la duda y el miedo ha conquistado al fracaso. Cada uno de sus pensamientos está aliado al poder, y las dificultades son valientemente enfrentadas y derrotadas con sabiduría. Sus propósitos son sembrados oportunamente, y florecen y producen frutos que caerán de tan maduros.






El pensamiento aliado fuertemente al propósito se convierte en una fuerza creativa; aquel que comprenda esto está listo para transformarse en un ser superior y más fuerte que un simple atado de pensamientos vacilantes y sensaciones cambiantes. Quien logre esto se habrá convertido en al amo consciente e inteligente de sus poderes mentales.






5. El factor pensamiento en el éxito


Todo lo que el hombre logra y todo en lo que falla es resultado directo de sus pensamientos. En un universo gobernado con justicia, en el que la falta de equidad significaría la destrucción total, la responsabilidad individual ha de ser absoluta. La debilidad y fortaleza de un hombre, su pureza e impureza, son suyas, y de nadie más; son labradas por él mismo, y no por otro, y pueden ser alteradas sólo por él, nunca por otro. Su condición es también suya y de nadie más. Su sufrimiento y su felicidad emanan de adentro. Como él piense, así es él; como siga pensando, así seguirá siendo.






Un hombre fuerte no puede ayudar a uno débil a menos que el débil desee ser ayudado, más aún, el débil ha de hacerse fuerte por sí mismo; debe, con su propio esfuerzo, desarrollar la fortaleza que admira en otro. Nadie más que él puede alterar su condición.






Ha sido habitual para el hombre pensar y decir. “Muchos hombres son esclavos porque uno es opresor, odiemos al opresor.” Actualmente, sin embargo, hay una pequeña y creciente tendencia de invertir dicho juicio y decir, “Un hombre es opresor porque muchos son esclavos; despreciemos a los esclavos.” La verdad es que opresor y esclavo cooperan en su ignorancia, y, mientras parece que se afligen el uno al otro, se afligen en realidad a ellos mismos. Un conocimiento perfecto percibirá la acción de la ley en la debilidad del oprimido y en el poder mal aplicado del opresor; un Amor perfecto, al ver el sufrimiento que ambos estados implica, no condena a ninguno; una Compasión perfecta abraza a ambos, opresor y oprimido.






Aquel que ha conquistado a la debilidad, y ha alejado de sí pensamientos egoístas, no pertenece a opresores ni a oprimidos. Él es libre.






Un hombre sólo puede elevarse, conquistar y alcanzar el éxito, elevando sus pensamientos. Sólo puede permanecer débil, abatido y miserable al negarse a elevar sus pensamientos.






Antes de que un hombre pueda lograr cualquier meta, aun metas terrenales, debe elevar sus pensamientos por encima del esclavismo animal y la indulgencia. No ha de rendirse, si quiere triunfar, ante su animalidad ni egoísmo, de ninguna manera; pero una parte de él debe, al menos, ser sacrificada. Un hombre cuyo pensamiento principal es de indulgencia animal no puede pensar claramente, ni planear metódicamente; Si no empieza a controlar con valentía sus pensamientos, no está en capacidad de controlar otros asuntos y adoptar responsabilidades serias. No está preparado para actuar de forma independiente y por sí solo. Pero sólo lo limitan los pensamientos que él escoge.






No puede haber progreso ni logro sin sacrificio, y el éxito terrenal de un hombre se logrará en la medida que sacrifique sus pensamientos animales y confusos, y concentre su mente en el desarrollo de planes, y el fortalecimiento de su resolución y auto-confianza. Y mientras más elevados sean sus pensamientos, se convertirá en alguien más valeroso, grande y correcto, mayores serán sus logros, benditos y duraderos serán sus éxitos.






El universo no favorece al codicioso, al deshonesto, al vicioso, aunque superficialmente a veces pareciera hacerlo; ayuda al honesto, al magnánimo, al virtuoso. Todos los grandes Maestros de todas las eras han declarado esto de distintas maneras, y para probarlo y entenderlo el hombre no tiene más que persistir en hacerse más y más virtuoso elevando sus pensamientos.






Los logros intelectuales son el resultado de un pensamiento consagrado a la búsqueda del conocimiento, o de la belleza y la verdad en la naturaleza. Tales logros pueden estar a veces ligados a la vanidad y la ambición pero no son el resultado de estas características; son el resultado natural de un arduo y prolongado esfuerzo, y de pensamientos puros y desinteresados.






Los logros espirituales son la consumación de aspiraciones divinas. Aquel que vive constantemente en la concepción de nobles y elevados pensamientos, que vive puro y desinteresado, se convertirá, tan seguro como que el sol alcanza su cúspide, y la luna llega a ser llena, en un hombre sabio y noble de carácter, y se elevará a una posición de influencia y buena fortuna.






El éxito, de cualquier tipo, es la corona del esfuerzo, la diadema del pensamiento. Con la ayuda del dominio de sí mismo, resolución, pureza, rectitud, y pensamientos bien orientados, el hombre asciende; llevado por la irracionalidad, indolencia, impureza, corrupción, y pensamientos confusos el hombre desciende.






Un hombre puede elevarse a grandes hazañas terrenales, e incluso a sublimes altitudes en el mundo espiritual, y descender otra vez a la miseria al permitir que pensamientos arrogantes, egoístas y corruptos lo posean.






Las victorias obtenidas mediante el pensamiento correcto pueden ser conservadas sólo con vigilancia. Muchos cesan sus esfuerzos cuando el éxito está asegurado, y rápidamente caen en la derrota.






Todo logro, sea en los negocios, intelectual, o espiritual, son el resultado de pensamientos orientados con definición, están gobernados por la misma ley y por el mismo método; la única diferencia es el objetivo.






Aquel que quiera lograr poco ha de sacrificar poco; quien quiera lograr mucho ha de sacrificar mucho; quien quiera lograr grandezas debe sacrificar grandemente.






6. Visión e ideales


Los soñadores son los salvadores del mundo. Así como el mundo visible se sostiene por fuerzas invisibles, así el hombre, entre todos sus juicios, pecados y vocaciones sórdidas, se nutre de las visiones de belleza de sus soñadores solitarios. La humanidad no puede olvidar a sus soñadores, no puede dejar sus ideales desaparecer y morir; la humanidad vive en estos, los conoce como las realidades que un día serán vistas y conocidas.






Los compositores, escultores, pintores, poetas, profetas, visionarios, ellos son los hacedores del mundo, los arquitectos del cielo. El mundo es bello porque ellos vivieron, sin ellos la laboriosa humanidad perecería.






Aquel que lleva en el corazón una visión maravillosa, un ideal noble, algún día lo realizará. Colón llevó en su corazón la visión de otro mundo, y lo descubrió; Copérnico impulsó la visión de muchos mundos y un universo más extenso, y lo descubrió; Buda contempló una visión de un mundo espiritual de santidad y paz perfecta, y entró en él.






Valora tus visiones; valora tus ideales; valora la música que agita tu corazón, la belleza que se forma en tu mente, la gracia que viste tus más puros pensamientos, de ellos crecerán condiciones encantadoras, un ambiente celestial; de ellas se construirá, si te mantienes fiel, tu mundo.






Querer es poder; soñar es lograr. ¿Deberán los bajos deseos del hombre recibir la máxima gratificación, y sus aspiraciones más puras morir sin sustento? Esa no es la ley: Tal condición nunca ocurrirá: “Pide y recibirás”.






Sueña nobles sueños, y mientras sueñes te convertirás. Tu visión es la promesa de lo que un día serás. Tu ideal es la profecía de lo que un día llegarás a revelar.






Los logros más grandes fueron al inicio y por un tiempo un sueño. El roble duerme en la bellota; el ave espera en el huevo; y en la más elevada visión del alma un ángel de la guarda se agita. Los sueños son las semillas de la realidad.






Tus circunstancias pueden no ser de tu agrado, pero no han de seguir siendo las mismas si concibes un ideal y luchas por alcanzarlo. Tú no puedes movilizarte por dentro y permanecer estático por fuera.






Este es un joven oprimido por la pobreza y el trabajo; confinado largas horas en un taller insalubre; sin escuela, y sin el arte del refinamiento. Pero sueña con cosas mejores; piensa en la inteligencia y el refinamiento, en gracia y belleza. Concibe, y crea con su mente, una vida ideal; la visión de una libertad más amplia y miras más elevadas toma posesión de él; la ansiedad lo lleva a la acción, y utiliza todo su tiempo libre y sus medios, aunque sean pequeños, al desarrollo de sus poderes y talentos ocultos.






Muy pronto su mente ha sido tan alterada que el taller no puede retenerlo más. Se ha convertido en algo tan fuera de armonía con sus pensamientos que queda fuera de su vida como una ropa que es tirada, y, al crecer las oportunidades que encajan con las miras de su creciente poder, se desvanece para siempre.






Años más tarde, vemos a este joven como todo un hombre. Lo encontramos dueño de ciertas fuerzas mentales que esgrime con influencia universal y poder casi inigualado. En sus manos toma los hilos de responsabilidades gigantescas; él habla, y mira! las vidas cambian, hombres y mujeres toman sus palabras y las siguen para modificar su carácter, y, como la luz del sol, se convierte en el centro y eje luminoso alrededor del que innumerables destinos se giran.






Ha realizado la Visión de su juventud. Se ha convertido en uno con su ideal.






Y tú también, joven lector, lograrás la visión (no el deseo ocioso) de tu corazón, sea éste bajo o hermoso, o una mezcla de ambos, porque tu destino siempre te lleva hacia aquello que secretamente más amas. En tus manos será entregado el resultado exacto de tus pensamientos; recibirás lo que te ganes; no más, no menos. Cualquiera sea tu entorno actual, caerás, permanecerás, o te elevarás con tus pensamientos, tu Visión, tu Ideal.






Llegarás a ser tan pequeño como los deseos que te controlan, tan grande como tus aspiraciones dominantes: en las hermosas palabras de Kirkham Davis, “Puedes ser contador, y en breve has de salir por la puerta que por tanto tiempo ha parecido la barrera para tus ideales, y te encontrarás ante una audiencia - el lápiz aún sobre tu oreja, la tinta aún en tus dedos – y allí y entonces derramar el torrente de tu inspiración. Puedes estar pastando ovejas, y vagarás en la ciudad –bucólico y con la boca abierta; entrarás bajo la intrépida guía del espíritu en el estudio del maestro, y después de un tiempo él te dirá, ‘no tengo nada más que enseñarte.’ Y ahora te has convertido en el maestro, quien hace poco soñaba grandezas mientras pastaba ovejas. Dejarás la sierra y el cepillo para tomar en tus manos la regeneración del mundo”.






El descuidado, el ignorante, y el indolente, viendo sólo el efecto aparente de las cosas y no las cosas en sí, habla de suerte, fortuna, y azar. Al ver a un hombre hacerse rico dirán, “¡cuánta suerte tiene!” Al observar a otro hacerse intelectual exclamarán, “¡Que favorecido es!” Y al notar el carácter santo y la gran influencia de otro comentarán, “¡Cómo lo ayuda el azar a cada momento!” Ellos no ven los intentos, fracasos y la lucha que estos hombres han enfrentado voluntariamente para ganar experiencia; no conocen del sacrificio que han hecho, de los esfuerzos intrépidos que se han propuesto, de la fe que han ejercido para lograr lo aparentemente imposible, y realizar la Visión de su corazón. Ellos no saben de la oscuridad y la angustia; sólo ven la luz y la dicha, y la llaman “suerte”; no ven las largas y arduas jornadas, sino sólo contemplan el logro placentero, y lo llaman “buena fortuna”; no entienden el proceso, sino sólo perciben el resultado, y lo llaman “azar”.






En todos los asuntos humanos hay esfuerzos, y hay resultados, y la fortaleza del esfuerzo es la medida del resultado. No la suerte. “Regalos”, poder, posesiones materiales, intelectuales y espirituales son el fruto del esfuerzo; son pensamientos consumados, objetivos alcanzados, visiones realizadas.






La visión que glorifiques en tu mente, el ideal que ganó el trono de tu corazón – Con esto construirás tu vida, en eso te convertirás.






7. Serenidad


La tranquilidad de la mente es una de las bellas joyas de la sabiduría, es el resultado de un esfuerzo largo y paciente en el dominio de sí mismo. Su presencia es indicadora de una experiencia madura, y de un conocimiento más que ordinario de las leyes y el funcionamiento del pensamiento.






Un hombre alcanza la tranquilidad en la medida que se entiende a sí mismo como un ser que evoluciona del pensamiento. Para tal conocimiento necesita entender a los otros como el resultado del pensamiento, y mientras desarrolla el entendimiento, y ve con mayor claridad las relaciones internas de las cosas por la acción de causa y efecto, cesa su agitación, su enfado, su preocupación y su congoja, y permanece en equilibrio, inalterable, sereno.






El hombre calmado, habiendo aprendido cómo gobernarse, sabe cómo adaptarse a otros; y estos, a su vez, reverencian su fortaleza espiritual, y sienten que pueden aprender de él, y confiar. Cuanto más tranquilo sea un hombre, mayor es su éxito, su influencia, su poder para el bien. Aún el mercader ordinario encontrará que la prosperidad de sus negocios crece mientras desarrolla un mayor dominio de sí mismo y ecuanimidad, pues la gente siempre ha de preferir hacer tratos con un hombre cuya conducta sea firmemente estable.






El hombre fuerte y calmado es siempre amado y reverenciado. Es como un árbol que brinda sombra a una tierra sedienta, o una roca en la que resguardarse de una tormenta. ¿Quién no ama un corazón tranquilo, una vida dulcemente templada y balanceada? No importa si llueve o hay sol, o qué cambios ocurran en el poseedor de estas bendiciones, pues serán siempre dulces, serenos y calmados. Aquel equilibrio de carácter que nosotros llamamos serenidad es la lección final de la cultura; es el florecimiento de la vida, el fruto del alma. Es precioso como la sabiduría, ha de ser más deseado que el oro – sí, más que el fino oro. Cuán insignificante se ve quien sólo busca el dinero en comparación con una vida serena – una vida que mora en el océano de la Verdad, por debajo de las olas, fuera del alcance de las tempestades, ¡en Eterna Calma!






Cuánta gente conocemos que envenena sus vidas, arruina todo lo que es dulce y bello con un temperamento explosivo, destruyen el equilibrio de su carácter, ¡y hacen mala sangre! Es una cuestión si la gran mayoría de gente no arruina sus vidas, y estropea su felicidad por falta de dominio de sí mismos. Cuán poca gente conocemos en la vida con un carácter balanceado, que tiene ese exquisito equilibrio que es característico de un carácter refinado.






Sí, la humanidad emerge con pasión descontrolada, es turbulenta con amargura ingobernada, está casi arruinada por la ansiedad y la duda. Sólo el hombre sabio, sólo aquel cuyos pensamientos están controlados y purificados, hace que los vientos y las tormentas del alma le obedezcan.






Almas sacudidas por la tempestad, donde quieran que estén, sea cual fuere la condición bajo la que viven – en el océano de la vida las islas de dicha sonríen, y la orilla soleada de tu ideal espera tu venida. Mantén tu mano firme sobre el timón de tus pensamientos. En la barca de tu alma se reclina el Maestro al mando; sólo esta dormido; despiértalo. El control de ti mismo es poder; el Pensamiento correcto es maestría, la Calma es poder, di dentro en tu corazón, “la Paz sea contigo”.










Traducido al Español por: Lincol Claudio






lincolclaudio@yahoo.com














Hola Hernán,






Al igual que tú deseo que la mayor cantidad de personas tenga acceso a literatura positiva.






Hace unos días encontré este libro que es muy bueno, casi un clásico, pero sólo en inglés, y en mi deseo de compartirlo con mis amigos lo he traducido.






Por favor escríbeme y confírmame la recepción del archivo, y si lo publicaste en tu Página.










Un saludo muy cordial










Lincol Claudio






Perú, 26 de Octubre 2003










Este libro fue digitalizado para distribución libre y gratuita a través de la red






Digitalización: Claudio Lincol (Perú) - Revisión y Edición Electrónica de Hernán.






Rosario - Argentina






21 de Diciembre 2003 – 20:36

‘La Cosa Más Grande del Mundo’, de Drummond






Nota de AHAA : En el libro " El Dr.Bob y los buenos veteranos" podemos leer “La primera cosa que hizo fue conseguirme ‘El Sermón de la Montaña’, de Emmet Fox”, dijo Dorothy S. M. “Una vez, cuando estaba trabajando a una mujer en Cleveland, lo llamé y le pregunté: ‘¿Qué hago por alguien que está entrando en delirium tremens ?’ Me dijo qué medicina debía darle y agregó: ‘Cuando salga del delirio y si ella decide que quiere ser una mujer diferente, consíguele ‘La Cosa Más Grande del Mundo’, de Drummond. Dile que lo lea completo durante 30 días y será una mujer diferente”.Bueno, no sé si fue una mujer diferente”, dijo Dorothy, “pero en el transcurso delos años yo lo leo y lo vuelvo a leer.




Así pues creo que un A.A. puede estar legitimamente interesado en la lectura de este libro que recomendo nuestro amigo y buen veterano el querido doc Bob



La cosa más grande en el mundo



Introducción



Yo estaba pasando unos días con un grupo de amigos en una casa de campo durante mi visita a Inglaterra en el año 1884. Un domingo por la noche, al estar sentados cerca del hogar, me pidieron que leyera y expusiera alguna porción de las escrituras. Yo estaba algo cansado por las actividades de los servicios del día; por eso les dije que le pidieran a Henry Drummond, quien también estaba con nosotros, que él lo hiciera. Él sacó un Nuevo Testamento del bolsillo, lo abrió a 1 Corintios 13, y empezó a hablar sobre el tema del amor.







A mí me pareció que jamás había escuchado algo tan bello y entonces me propuse no descansar hasta que trajera a Henry Drummond a Northfield para que expusiera ese mensaje. Desde entonces he pedido a todos los directores de mis escuelas que les lean a los alumnos este mensaje todos los años. La gran necesidad en nuestra vida cristiana es el amor; más amor a Dios y los unos a los otros. Ojalá que todos nos mudáramos a ese capítulo del amor y que nos quedáramos a vivir allí.







—D. L. Moody







1 Corintios 13Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.



El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.



El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.



Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.



Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.







El amor: La cosa más grande en el mundoTodo el mundo se ha hecho esta misma pregunta: ¿Qué es el Summum Bonum —el supremo bien? Tú tienes la vida delante de ti. La podrás vivir una sola vez. ¿Cuál es el objeto más noble que se puede desear, la suprema virtud que se puede codiciar?







Nos hemos acostumbrado a escuchar que la cosa más grande en el mundo religioso es la fe. Esta palabra ha sido por siglos la palabra clave de la religión popular. Y nos hemos acostumbrado a pensar que la fe es la cosa más grande en el mundo. Pues, estamos equivocados. Si creemos que la fe es la cosa más grande entonces pudiéramos no alcanzar la meta. En 1 Corintios 13, Pablo nos lleva a la fuente del verdadero cristianismo… y allí vemos que “el mayor de ellos es el amor”.







En los versículos escritos anteriormente el apóstol Pablo se refirió a la fe. Él escribió: “Si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy”. Lejos de ser descuidado, él deliberadamente hace un contraste: “Ahora permanecen la fe, la espe¬ranza y el amor”. Y sin meditarlo mucho entonces él expone la decisión final: “El mayor de ellos es el amor”.







Esta definición de Pablo no demostró ser un prejuicio. El hombre es muy pro¬penso a hacer que otros vean en él su característica más fuerte. El amor no era una característica fuerte en la vida de Pablo. Un estudiante cuidadoso de la Biblia puede detectar la ternura que crece y se madura en el carácter de Pablo a medida que él va envejeciendo. Sin embargo, la mano que escribió: “El mayor de ellos es el amor”, cuando primero la notamos, está manchada de sangre.







Ni tampoco es esta carta a los corintios el único escrito que destaca al amor como el Summum Bonum. Las obras maestras del cristianismo todas concuerdan sobre esto del amor. Pedro dice: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor” (1 Pedro 4.8). Y Juan va aun más allá; él dice: “Dios es amor” (1 Juan 4.8).







También debemos recordar la observación tan profunda que Pablo hace en otra parte cuando escribió: “El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10). ¿Alguna vez te has preguntado qué quiso él decir con eso? En aquellos días los hombres se ganaban la gloria eterna mediante la obediencia a los diez mandamientos y los otros ciento diez mandamientos que habían sacado de estos primeros. Cristo vino y mediante su ejemplo y enseñanzas dijo algo como lo que escribiré a continuación: “Les mostraré una forma más sencilla. Si hacen una sola cosa, ustedes estarán cumpliendo estas ciento diez cosas sin siquiera pensar en ellas. Si aman, sin pensarlo, estarán cumpliendo con toda la ley.”







Tú puedes darte cuenta que en verdad es asimismo. Considera cualquiera de los diez mandamientos. Por ejemplo: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20.3). Si una persona ama a Dios en realidad uno no necesitará decirle eso. El amor es el cumplimiento de esa ley. “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano” (Éxodo 20.7). ¿Acaso se atrevería uno a pronunciar el nombre del Señor a la ligera si lo amara? “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Éxodo 20.8). ¿Acaso no estaría uno muy agradecido como para dedicar un día de cada siete a exclusivamente el objeto de su afección? El amor cumplirá con todas esas leyes respecto a Dios.







Y de esa manera, si una persona amara a los hombres, tú nunca pensarías en decirle a esa persona que honrara a su padre y a su madre. Esa persona no podría hacer otra cosa. Sería absurdo pedirle que no matara. No sería necesario decirle que no debiera robar —¿cómo podría robar al que ama? Sería super¬fluo pedirle que no hablara contra su prójimo falso testimonio. Si lo amara sería la última cosa que haría. Y nunca te atreverías a sugerir que no debiera codiciar lo que tiene su prójimo. Él preferiría que ellos lo tuvieran y no él. En esta manera “el cumplimiento de la ley es el amor”. Es la regla para el cumplimiento de todas las reglas, el nuevo mandamiento para guardar todos los mandamientos antiguos, la clave de Cristo para la vida cristiana.







En 1 Corintios 13 Pablo nos da el informe más maravilloso y original que pueda existir sobre el Summum Bonum. Nosotros podríamos dividir este capítulo en tres partes. En el principio de este capítulo tenemos el amor contrastado; en el corazón del mismo tenemos el amor analizado; y al final del capítulo tenemos el amor defendido como el don supremo.







El contrastePablo contrasta el amor con las cosas que los hombres estiman muy importantes. No voy a tratar de repasar todas estas cosas en detalle porque queda claro que el amor es mayor que cualquiera de esas cosas.







Pablo contrasta el amor con la elocuencia. Y ¡qué noble virtud es la elocuencia —el poder de estimular los propósitos buenos y los hechos santos en el alma y la voluntad de los hombres! Sin embargo, Pablo dice: “Si yo hablase lenguas humanas y angé¬licas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Corintios 13.1). Todos sabemos el porqué. Todos hemos sentido la desvergüenza al decir palabras sin alguna buena emoción; el vacío, la inexplicable falta de persuasión y todo lo que acompaña a la elocuencia que no es respaldada con amor.







Pablo contrasta el amor con la profecía. Lo contrasta con los misterios.







Pablo también contrasta el amor con la fe. ¿Por qué el amor es más grande que la fe? Debido a que el objeto es mucho más grande que los medios. ¿De qué nos sirve tener fe? Es para conectar el alma con Dios. ¿Y cuál es el objeto de conectar al hombre con Dios? Para que el hombre pueda crecer en la semejanza de Dios. Y Dios es amor. Así que la fe es también un medio para que el hombre ame. Por lo tanto, el amor obviamente es más grande que la fe. “Si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13.2).







Pablo contrasta el amor con la caridad; tener benevolencia hacia el prójimo. ¿Y por qué es más grande el amor que la caridad? El amor es más grande que la caridad porque la totalidad de una cosa es más grande que una parte de ella. La caridad es solamente un poquito de amor, una de las innumerables avenidas del amor. Existe una gran cantidad de caridad sin amor. Es una cosa muy fácil tirar una moneda a un mendigo en la calle; generalmente es más fácil que no hacerlo. Al costo de la moneda compramos alivio de los sentimientos de lástima ocasionados por el espectáculo de miseria que tenemos ante nuestros ojos. Es demasiado barato —demasiado barato para nosotros, y muchas veces demasiado caro para el mendigo. Si de veras lo amáramos entonces haríamos más que sólo tirarle una moneda. Por eso, “si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres (...) y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13.3).







De ahí Pablo contrasta el amor con el sacrificio y el martirio: “Si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13.3). El misionero no puede llevar cosa más grande a los paganos que la impresión y la reflexión del amor de Dios en su propio carácter. El amor es la lengua universal. El misionero tiene que estudiar por años para aprender otro idioma. Sin embargo, desde el primer día que él está con la gente entonces ese idioma del amor será entendido por todos y estará vertiendo su elocuencia.







El hombre es quien hace de misionero, no sus palabras. Su carácter es su mejor mensaje. En el corazón del país de África, en medio de los grandes lagos, me he encontrado con hombres y mujeres que recuerdan al único misionero que habían visto antes —a David Livingstone; y al cruzar los pasos que él dejó en ese continente negro puedo ver las caras de esas personas iluminarse al hablar de aquel hombre que pasó por allí hace muchos años. Ellos no lo podían entender, pero todos sentían el amor que palpitaba en su corazón. Sabían que era amor, aunque no habló su idioma.







Acepta dentro de la esfera de tu trabajo, donde planeas pasar tu vida, ese encanto tan simple; el amor de Dios. Si así haces, el trabajo de toda tu vida será un éxito. No puedes encontrar nada más grande... y no debes contentarte con nada menos. Este amor te fortalecerá para hacer cualquier sacrificio. Pero no olvides que tú puedes dar hasta tu cuerpo para ser quemado, que si no tienes amor, de nada te servirá a ti mismo ni a la causa de Cristo.







El análisisDespués de contrastar el amor con cosas de menos importancia, Pablo, en tres versículos muy cortos, nos da un increíble análisis de lo que es esta cosa suprema.







Te pido que fijes bien la vista en esa cosa suprema. Es una cosa compuesta, nos quiere decir Pablo. Es como la luz. Cuando un científico pasa un rayo de luz a través de un prisma, sale del otro lado del prisma todos los colores del arco iris —rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Así Pablo pasa esta cosa, el amor, a través del magnífico prisma de su intelecto inspirado y sale del otro lado el amor descompuesto en todos sus elementos.







En estas breves palabras tenemos lo que uno llamaría el espectro del amor, el análisis del amor. ¿Acaso puedes ver todos sus elementos? ¿Es que acaso no te das cuenta que tienen nombres comunes, que son virtudes de las cuales escuchamos todos los días? ¿Acaso puedes darte cuenta que son cosas que pueden ser practicadas por todo hombre y por toda la vida? ¿Es que no ves que el Summum Bonum es formado por muchas cosas pequeñas y virtudes ordinarias?







El espectro del amor tiene nueve ingredientes:











■La paciencia: el amor “es sufrido”.



■La amabilidad: el amor “es benigno”.



■La generosidad: el amor “no tiene envidia”.



■La humildad: el amor “no se envanece”.



■La cortesía: el amor “no hace nada indebido”.



■El desinterés: el amor “no busca lo suyo”.



■El buen genio: el amor “no se irrita”.



■La sencillez: el amor “no guarda rencor”.



■La sinceridad: el amor “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad”.



La paciencia, la amabilidad, la generosidad, la humildad, la cortesía, el desinterés, el buen genio, la sencillez, la sinceridad —estas virtudes forman el don supremo, la estatura del hombre perfecto.







Tú observarás que todas estas expresiones del amor tienen que ver con lo que conocemos y entendemos. No tienen que ver con lo que no podemos entender. Nosotros escuchamos mucho del amor a Dios. Y también Cristo habló mucho del amor al prójimo. Hablamos mucho de tener paz con el cielo. Pero Cristo habló mucho de tener paz en la tierra. El amor en la religión verdadera no es una cosa fingida, sino el aliento de un espíritu eterno a través de este mundo temporal. La cosa suprema, en pocas palabras, no es nada más ni nada menos que un lustre glorioso que se muestra por medio de las muchas palabras que hablamos cada día y los numerosísimos hechos que hacemos a diario.







La paciencia. La paciencia es la actitud del amor: el amor espera a comenzar; no tiene prisa; es calmado. El amor está listo para hacer su trabajo cuando llega el llamamiento, pero mientras tanto viste el ornamento de un espíritu apacible y humilde. El amor todo lo sufre, todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera. El amor en¬tiende… y por esto espera.







La amabilidad. El amor es activo. ¿Has notado alguna vez cuánto de la vida de Cristo se pasó en hacer cosas amables? Haz un repaso de su vida con esto en mente y encontrarás que Cristo dispuso una gran porción de su tiempo simple¬mente haciendo a otros felices, haciendo favores para otros. Sólo hay una cosa más grande que la felicidad en el mundo, y ésa es la santidad.







La cosa más grande que un hombre puede hacer por su Padre celestial es ser amable con los demás hijos de Dios. Yo me pregunto: ¿Por qué es que no somos más amables? ¡Cuánto lo necesita el mundo! ¡Cuán fácilmente se hace! ¡Cuán instantáneamente se ven los efectos de ser amable con los demás!







“El amor nunca deja de ser.” El amor es éxito, el amor es felicidad, el amor es vida. El amor es la energía de la vida. La vida, con todo su gozo y toda su tristeza, es nuestra oportunidad de aprender a amar.







Donde está el amor, está Dios. El que perma¬nece en amor, permanece en Dios. Dios es amor. Por lo tanto, ama tú. Sin hacer distinción, sin demorar. Dáselo abundantemente a los pobres y a los ricos (quienes a menudo lo necesitan más). Sobre todo, ama a tus compañeros (a quienes a veces amamos menos).







Hay una diferencia entre tratar de agradar y dar placer. Da placer a otros. No pierdas las oportuni¬dades que se te presentan de dar placer a otros. El privilegio de dar placer es el triunfo de un espíritu que en verdad ama. Tú pasarás por este mundo solamente una vez. Por lo tanto, cual¬quier cosa buena que puedas hacer o cualquier amabilidad que puedas mostrar a un ser humano, hazlo ahora. No descuides las oportunidades porque no pasarás por aquí otra vez.







La generosidad. “El amor no tiene envidia.” El amor no hace competencia con otros. No importa cuál obra pretendas hacer. Tú vas a encon¬trar a otros haciendo la misma clase de obra y probablemente haciéndola mejor que tú. No los envidies. La envidia es un sentimiento que le desea el mal a otros. La envidia, uno de los vicios más despreciables de todos los que puede ocultar el alma del cristiano, nos espera al comienzo de cada obra que intentamos hacer, a menos que estemos fortalecidos con la gracia de la generosidad. Hay sólo una cosa que de veras el cristiano necesita envidiar —un alma que “no tiene envidia”.







La humildad. Después de aprender a vivir sin envidiar a nadie entonces tú tienes que aprender una cosa más; la humildad. La humildad pone un sello sobre tus labios y te hace olvidar lo que has hecho. Después que has sido amable, después que has mostrado amor al mundo y has hecho una obra bella entonces regresa a la sombra otra vez y no digas nada de lo que has hecho. El amor se esconde hasta de sí mismo. “El amor no es jactancioso, no se envanece.” La humildad —el amor escondido.







La cortesía. La cortesía es el amor en la sociedad, es la etiqueta de la misma. Es amor en cosas pequeñas. “El amor (...) no hace nada indebido.”







El amor no puede hacer nada indebido. Si una persona sin nada de cultura se encuentra entre gente de una educación elevada entonces el amor hace que la misma no se comporte indebida¬mente porque ese mismo amor está en su corazón para ayudarle. Alguien dijo de Robert Burns (poeta escocés) que no había caballero más genuino que él. Era porque él amaba a todo —el ratón, la margarita; todas las cosas, grandes y pequeñas, que Dios había hecho. Así que, con este pasaporte sencillo Robert Burns podía entrar en cortes y en palacios… mientras que él vivía en una casita en las orillas del río.







Tú conoces el significado de la palabra caba¬llero. Significa un hombre amable —un hombre que hace las cosas amablemente, con amor. Este es el misterio de la cortesía. “El amor (...) no hace nada indebido.”







El desinterés. “El amor no busca lo suyo.” Nota esto aquí: no busca ni lo que le pertenece. Nosotros estimamos demasiado a nuestros derechos. Sin embargo, tenemos que hacer caso al derecho más alto —él de renunciar nuestros derechos.







No es tan difícil renunciar a nuestros derechos. La cosa más difícil es renunciar a nosotros mismos. Y lo más difícil es no buscar cosas para nosotros mismos ni justificarnos en ninguna forma. Muchas veces después que las hemos buscado, comprado, ganado, merecido y que hemos sacado lo mejor de ellas para nosotros mismos entonces se nos hace difícil renunciar a ellas. De manera que cuando no buscamos nuestras propias cosas ni tampoco velamos por nuestros propios intereses, sino por los intereses de los demás, esto sí es difícil. “¿Y tú buscas para ti grandezas?” (Jeremías 45.5). Esta es la pregunta que hace el profeta. La respuesta es: “No las bus¬ques”. ¿Por qué? Porque la única grandeza es el amor sin egoísmo. Aun la abnegación en sí no es nada. Solamente el amor puede validar la abnegación.







Yo siempre he dicho que es más difícil no buscar nuestro bienestar de ninguna forma que después de haberlo encontrado entonces tener que renunciar al mismo. Pero es más difícil solamente para el corazón egoísta. Nada es difícil para el amor no fingido.







Yo creo que el yugo de Cristo es fácil de llevar. Y yo también creo que llevar su yugo es la vida más feliz que existe en este mundo. La lección más obvia en la enseñanza de Cristo es que no hay felicidad en tener o recibir cualquier cosa, sino sólo en dar. Yo me repito a mí mismo que no hay felicidad en tener o recibir, sino sólo en dar. Casi todo el mundo está equivocado en su búsqueda de la felicidad. Ellos piensan que consiste en tener y recibir, y en ser servidos por otros. Muy al contrario; consiste en dar y en servir a otros. Cristo dijo: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20.26). Y para el que quiera ser alegre, que recuerde que no hay más que una forma: “Más bienaven¬turado es [más felicidad hay en] dar que recibir” (Hechos 20.35).







El buen genio. “El amor (...) no se irrita.” ¿Qué podría ser más sorprendente que saber que el buen genio es algo que Dios requiere? Nos inclinamos a mirar al mal genio como una debilidad sin ningún perjuicio. Hablamos de ello como una mera falta de la naturaleza, una falla común, una cosa de temperamento y no una cosa de tomar muy en serio cuando evaluamos el carácter de una persona. Pero aquí, en medio de este análisis del amor también se menciona algo que tiene que ver con nuestro genio. Además, la Biblia una y otra vez condena al mal genio como uno de los elementos más des¬tructivos de la naturaleza humana.







Lo extraño del mal genio es que es el vicio de los virtuosos. Es muy a menudo la única mancha en un carácter noble. De seguro tú conoces a hombres que son casi perfectos y también mujeres que serían per¬fectas, pero no lo son debido a un temperamento muy enojadizo y una disposición de pólvora. Esta mezcla de un mal genio con un carácter de alta moralidad es uno de los más extraños y tristes problemas de la ética humana. La verdad es que hay dos clases de pecado —los pecados del cuerpo y los pecados de la disposición.







El hijo pródigo es un ejemplo de los pecados del cuerpo; el hermano mayor, de los de la disposición. La sociedad no vacila en decir cuál es el peor. Su veredicto cae sin lugar a dudas sobre el hijo pródigo. Pero, ¿estamos en lo correcto? Ninguna forma de corrupción —ni la mundanería, ni la avaricia del oro, ni siquiera la borrachera— hace más perjuicio en la sociedad que el mal genio. No hay nada más hábil que el mal genio para amargar la vida, para fragmentar comunidades, para destruir las relaciones más sagradas, para devastar hogares, para destruir a hombres y a mujeres, para quitar el vigor de la niñez… y para producir pura miseria.







Nota la vida del hermano mayor en la historia del hijo pródigo. Él era muy moral, trabajador y muy celoso en cuanto a todo. Ahora observa a este mismo hombre esperando fuera de la puerta de la casa de su padre. La Biblia dice que él “se enojó, y no quería entrar” (Lucas 15.28). También nota el efecto de gozo que había en el padre, en los sirvientes, y la felicidad que sentían los invitados. Ahora juzga el efecto que había en el hijo pródigo. ¡Y cuántos hijos pródigos no quieren entrar al reino de Dios por culpa del carácter tan malo de los que profesan estar adentro y no son un buen testimonio para ellos! ¿Qué ves al analizar la mala cara del hermano mayor? ¿Qué hay dentro de su corazón? Los celos, el enojo, el orgullo, la falta de caridad, la crueldad, la justicia propia, la irritación, la terquedad, el mal humor —estos son los pecados de esta alma oscura y sin amor.







Estos son también los pecados de la persona que tiene mal genio. Juzga si vivir en tales pecados de la disposición no sea peor que vivir en los pecados de la carne y si acaso eso no sea para otros más difícil de soportar. En verdad, ¿acaso no dijo Cristo que “los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios?” (véase Mateo 21.31). Realmen¬te no hay lugar en el cielo para una disposición como ésta. Un hombre con tal temperamento sólo haría del cielo un lugar miserable para todos allí. Por lo tanto, a menos que tal hombre nazca de nuevo, no puede entrar al reino de los cielos.







La disposición de una persona revela si tiene amor en el corazón o si no lo tiene. El mal genio es la fiebre intermitente que habla de una enfermedad no intermitente en el interior de la persona. Es la burbuja que sale a la superficie de vez en cuando y delata la podredumbre que hay debajo. Es una muestra de los productos más escondidos del alma que sale involuntariamente cuando no se está en guardia. Es la forma impe¬tuosa de unos cien pecados horrendos. Una falta de paciencia, una falta de generosidad, una falta de cortesía; todos son instantáneamente representados en un mo¬mento de mal genio.







Por lo tanto, no es suficiente tratar con el genio. Tenemos que ir a la fuente y cambiar la natura¬leza interna, y de esta forma el mal genio morirá por sí mismo. Las almas se endulzan no por quitar los ácidos de ellas, sino por poner algo dulce dentro de ellas —un gran amor, un nuevo espí¬ritu, el Espíritu de Cristo. Cuando el Espíritu de Cristo penetra en nuestro espíritu nos dulcifica, nos purifica y nos transforma. Este es el único remedio que puede quitar lo malo, lograr un cambio químico, renovar, regenerar y rehabi¬litar al hombre interno. El poder de la voluntad no cambia al hombre. El tiempo tampoco lo cambia. Pero, Cristo, sí puede cambiar al hom¬bre. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2.5).







Algunos de nosotros no tenemos mucho tiem¬po que perder. Recuerda una vez más que esta es una cuestión de vida o muerte. Este asunto urge. “Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18.6). Este es el veredicto del Señor Jesús: Es mejor no vivir que vivir sin amar.







La sencillez y la sinceridad. La sencillez es la virtud que necesitan las personas que viven sos¬pechando de otros. Poseer esta virtud es el gran secreto para influir en la vida de otros.







Tú podrás darte cuenta, si piensas por un momento, que las personas que influyen en tu vida son las que creen en ti. En un ambiente de sospechas los hombres se marchitan; pero en un ambiente de sencillez se desarrollan y encuentran ánimo.







Es una cosa maravillosa saber que aquí y allá, en este mundo frío y sin amor, todavía quedan unas cuantas almas que no viven sospechando de otros. El amor “no guarda rencor”, sino que ve el lado positivo y no pierde la confianza en otros. ¡Qué deleite es vivir en ese estado de la mente! ¡Qué bendición poder encontrarse con una persona que viva de esta manera! Cuando otros le tienen confianza a usted entonces le da seguridad. Y si tratamos de influir en la vida de otros muy pronto veremos que nuestro éxito depende de la confianza que ellos tienen en nuestra confianza hacia ellos.







El amor “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Corintios 13.6). Yo he llamado a esto sin¬ceridad. El que ama amará la verdad no menos que a los hombres. Se regocijará en la verdad —no se regocijará en lo que le han enseñado a creer; no en la doctrina de esta iglesia o en la de aquélla; no en este “ismo” o en aquel “ismo”; sino “en la verdad”. Él aceptará sólo lo que es verdadero; se esforzará por entender los hechos; buscará la verdad con una mente humilde y sin prejuicio; y atesorará todo lo que encuentre a costa de cualquier sacrificio. Es muy difícil definir este concepto con una sola palabra, y “sinceridad” realmente no es la más adecuada. Incluye también la abnegación que rehúsa aprovecharse de las faltas de otros; la compasión que no se deleita en exponer las debilidades de otros. Esto también incluye la sinceridad que se esfuerza para ver las cosas como son y se regocija al encontrarlas mejor que la sospecha temida o la calumnia denunciada.







* * *







Hasta aquí hemos hecho un buen análisis del amor. El pro¬pósito de la vida es tener este amor impreso en nuestro carácter. Este es el trabajo supremo al cual tenemos que aplicarnos en este mundo: aprender a amar. ¿Acaso la vida no está llena de oportunidades para aprender a amar? Todo hombre y mujer tiene muchas oportunidades todos los días. El mundo no es un patio de recreo; es un aula de clase. La vida no es un día feriado, sino un día de educación. Y la gran lección eterna para todos es cómo podemos amar mejor.







¿Qué hace a la persona un buen jugador de fútbol? La práctica. ¿Qué hace a un hombre buen artista, buen escultor, buen músico? La práctica. ¿Cómo podemos desarrollar el carácter de Cristo que Dios ha puesto en nosotros los creyentes? La práctica. Nada más. No hay nada caprichoso acerca de la religión. Las mismas leyes que se aplican al desarrollo del cuerpo también se aplican al desarrollo de la mente. Si uno no ejercita su brazo, no desarrolla el mús¬culo del bíceps; y si uno no ejercita su alma, no desarrolla ningún músculo en ella, ninguna fuerza de carácter, ningún vigor de fibra moral, y nada de belleza y crecimiento espiritual. El amor no es una cosa de emoción entusiasta. Es la expre¬sión rica, fuerte, viril, vigorosa del carácter cristiano —la naturaleza de Cristo. Y para desarrollar este gran carácter en nosotros tene¬mos que entregar¬nos a la práctica incesante.







¿Qué hacía Cristo en el taller de carpintería? Practicaba. Aunque él era perfecto, leemos que él “aprendió la obediencia”, y creció en sabiduría y en favor con Dios (véase Hebreos 5.8).







Entonces, no te quejes de tu suerte en la vida. No te quejes de las penas que no cesan, de las molestias que tienes que soportar, de las pequeñas e innobles almas con que tienes que vivir y trabajar. Sobre todo, no resientas las pruebas; no te quedes perplejo porque parece que las mismas no dejan de acumularse alrededor de ti. Ésa es tu práctica. Ésa es la práctica que Dios ha escogido para ti; y él está obrando para hacerte paciente, humilde, generoso, sin egoísmo, amable y cortés. No rechaces la mano que está moldeando la imagen de Cristo dentro de ti. Esta imagen de Cristo se está haciendo más hermosa aunque tú no la ves; y cada prueba puede agregar a su perfección. Por lo tanto, mantente en medio de la vida. No te aísles a ti mismo. Trata de estar en medio de los hombres y en medio de las cosas de la misma forma que en medio de los problemas, las dificultades y los obstá¬culos. Recuerda las palabras de Goethe (escritor y poeta alemán): “El talento se desarrolla en la soledad; el talento de oración, de fe, de medi¬tación, de ver lo invisible. Pero el carácter crece en la corriente de la vida del mundo. Allí principalmente es donde se debe aprender a amar.”







Pero, ¿cómo aprenderemos a amar? Para expli¬carlo mejor yo he nombrado algunos de los elementos del amor. Pero estas cosas son sólo elementos. El amor en sí nunca puede ser definido. La luz es algo que es más que la suma de sus ingredientes —es algo luminoso, deslumbrador y trémulo. Y el amor es algo más que todos sus elemen¬tos —una cosa palpitante, vibrante, sensitiva y viviente. Por medio de la síntesis de todos los colores se puede hacer la blancura; pero no se puede hacer la luz. Por medio de la síntesis de todas las virtudes se puede hacer la virtud; pero no se puede hacer el amor. ¿Cómo entonces pode¬mos lograr tener amor dentro de nuestras almas? Tratamos de imitar a los que lo tienen. Ponemos reglas en cuanto a ello. Observamos. Oramos. Pero estas cosas solas no producirán el amor. El amor es un efecto. Y únicamente al cumplir la condición correcta podremos lograr el efecto. ¿Cuál es la causa?







La Biblia dice: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). Lo amamos a él, porque él nos amó primero. Fíjate bien en esa palabra porque. Esa palabra es la causa a la que me he estado refiriendo: “porque él nos amó primero”. El efecto sigue: lo amamos a él... y amamos a todos los hombres. No podemos evitarlo. Porque él nos amó, lo amamos a él y a todo el mundo. Nuestro corazón ha sido cambiado. Si tú contemplas el amor de Cristo, amarás. Párate enfrente de ese espejo, refleja el carácter de Cristo y serás cambiado en la misma imagen. No hay otra forma. No puedes amar a la fuerza. Si miras a Cristo, crecerás en su semejanza; amarás como él ama. Así que, mira a este Carácter Perfecto, esta Vida Perfecta. Mira el gran sacrificio de Cristo. Él se dio a sí mismo a través de toda la vida y sobre la cruz del Calvario; tienes que amarlo. Y amándolo, tú llegarás a ser como él.







El amor engendra amor. Es un proceso de inducción. Si tú pones un pedazo de hierro en la presen¬cia de un cuerpo electrificado entonces esa pieza de hierro se electrifica también. Ese pedazo de hierro se convierte en un imán temporalmente en la mera presencia de otro imán con las características permanente de un imán. Mientras ambas piezas estén juntas entonces las dos serán imanes iguales. Es por eso que nosotros debemos permanecer al lado de aquel que nos amó y se dio por nosotros. Entonces nos convertiremos en imanes permanentes, una fuerza que atrae permanentemente. De manera que tanto y como él lo hizo, tú también atraerás a todos los hombres a ti. Y así de igual forma como él lo hizo, tú también serás atraído a todos los hombres. De esa manera el efecto del amor es inevitable. Cualquier hombre que cumple con esa causa tiene que tener ese mismo efecto producido en él.







Trata de renunciar a la idea de que la religión nos llega por fortuna, o por un misterio, o por capricho. La misma llega a nosotros por medio de leyes naturales, o por leyes sobrenaturales, porque toda ley es divina.







Eduardo Irving una vez fue a visitar a un mucha¬cho que moría. Cuando él entró al cuarto sólo puso la mano en la cabeza del muchacho, y dijo:







—Mi muchacho, Dios te ama —y se fue.







El muchacho brincó de su cama y gritó a toda la gente en la casa, diciendo:







—¡Dios me ama! ¡Dios me ama!







¡Una sola frase cambió a ese muchacho! El sentimiento de que Dios lo amaba lo venció… y comenzó la creación de un nuevo corazón en él. Y es así que el amor de Dios derrite el corazón sin belleza en el hombre y engendra en él la nueva creación que es paciente, humilde, ama¬ble y sin egoísmo. No hay otra forma para obtener la nueva creación que ama. Amamos a otros. Amamos a todos, aun a nuestros enemi¬gos, porque él nos amó primero.







La defensaAhora tengo unos párrafos más que agregar acerca de la razón de Pablo al señalar el amor como la posesión suprema.







Todo esto constituye una razón muy notable. En una sola palabra se resume tal razón: perdura. Pablo escribió que “el amor nunca deja de ser” (1 Corintios13.8). De ahí comienza otra de sus listas maravillosas de las grandes cosas que hacen que el amor sea tan impresionante. Aquí Pablo expone cada una de estas cosas en una forma tan sencilla y clara que sus lectores muy poco tendrán que agregar. Repasa las cosas que los hombres pensaron que iban a durar para siempre y destaca el hecho que todas son pasajeras.







“Las profecías se acabarán.” En aquellos días el deseo de cada madre judía era que su hijo se convirtiera en un profeta. Durante cientos de años Dios no había hablado por medio de ningún profeta. De manera que en ese tiempo un profeta era más grande que un rey. Los hombres esperaban deseosos para que viniera otro mensajero para examinar sus palabras y obedecerlas como si ellas fueran la misma voz de Dios. Pero Pablo dice: “Las profecías se acabarán” (1 Corintios 13.8). La Biblia está llena de profecías. Una a una se han ido cumpliendo y “acabando”. Esto quiere decir que una vez que las profecías se cumplen entonces su misión también se ha cum¬plido; no tienen nada más que hacer en el mundo excepto alimentar la fe de algún devoto.







“Cesarán las lenguas.” Esto era otra cosa muy codiciada en la antigüedad. Como todos sabemos, muchos siglos han pasado desde que las lenguas han sido conocidas en este mundo. Pero las lenguas van cesando. Esto se entiende como refiriéndose a los idiomas en general. Considera el idioma en que se escribió 1 Corintios 13 —el griego. Ya no existe el griego en la forma en que escribió Pablo. O piensa en el latín, que era la otra gran lengua en esos días. Cesó ya hace mucho tiempo. Piensa ahora en los dialectos e idiomas de muchos de los indios. Están cesando delante de nuestros ojos.







“La ciencia acabará.” La sabiduría de los antiguos, ¿dónde está? Está completamente borrada. Un niño de hoy en la escuela sabe más de lo que Sir Isaac Newton sabía; la sabiduría de Newton ya ha desaparecido. Cuando tú pones el periódico de ayer en el fuego; su ciencia desaparece. Hoy tú puedes comprar las ediciones viejas de las grandes enciclopedias por unos cuantos centavos; su “sabiduría” se ha desvanecido. Nota como las máquinas han suplantado el caballo y el carruaje. Observa también como la electricidad ha reemplazado tantas invenciones de los años pasados. “La ciencia acabará.”







En el patio trasero de muchos talleres tú podrás observar un montón de hierro viejo, unas cuantas ruedas y unas cuantas palancas; todas quebradas y corrompidas por el efecto del óxido. Hace veinte años esas cosas eran el orgullo de la ciudad. Muchos hombres venían del campo para ver la gran invención; ahora ya está reem¬plazada con otra —su día ya ha pasado. Y toda la ciencia y la filosofía de hoy, de las cuales el hombre se jacta, pronto serán viejas.







¿Acaso tú puedes decirme de algo que va a durar? Existen muchas cosas que Pablo no estimó dignas de ser nombradas. No mencionó el dinero, la fortuna, la fama. Pero él eligió las grandes cosas de su tiempo, las cosas que los hombres pensaban que tenían algo de valor. Pablo puso todas estas cosas un lado.







Pablo no tenía nada en contra de estas cosas en sí. Solamente dijo de ellas que no iban a durar. Eran grandes cosas, pero no eran supremas. Había otras cosas que perdurarían más allá que estas otras. Lo que somos se extiende más allá de lo que hacemos, más allá de lo que poseemos.







Muchas cosas a las que los hombres se apegan no son pecaminosas; pero son temporales. Y eso es un argumento favorito del Nuevo Testamento. Juan dice del mundo, que el mismo “pasa”. Hay mucho en el mundo que es delicioso y bello; hay mucho en él que es grande, pero no durará. Todo lo que hay en el mundo, los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida son sólo por un ratito. Por lo tanto, no ames al mundo. Nada de lo que contiene es digno de la vida y la consagración de un alma inmortal. El alma inmortal tiene que darse a algo inmortal. Y las únicas cosas inmortales son éstas: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13.13).







Algunos piensan que pueda llegar el tiempo cuando dos de estas tres cosas pasarán también —la fe cambiará a vista y la esperanza a realidad. Pablo no dice así. Nosotros sabemos sólo un poquito ahora de las condiciones de la vida que ha de venir. Pero lo que es seguro es que el amor durará. Dios, el eterno Dios, es amor. Por lo tanto, codicia tener ese don eterno, esa única cosa que por seguro va a durar, esa única moneda que estará en circulación en el universo cuando todas las otras monedas de todas las naciones serán inútiles y sin valor alguno. Si te das a muchas cosas; date primero al amor. Deja que la primera gran meta de tu vida sea lograr el gran carácter del amor —el carácter de Cristo.







Ya he dicho que el amor es eterno. ¿Alguna vez has notado cuán constantemente Juan habla del amor y la fe junto con la vida eterna? Cuando yo era muchacho no me dijeron que: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree (...) tenga vida eterna” (Juan 3.16). Lo que se me dijo, y que yo bien recuerdo, era que tanto amó Dios al mundo que si yo confiaba en él entonces iba a tener una cosa llamada paz. Yo iba a tener descanso, gozo y también seguridad. Pero tuve que averiguar por mí mismo que cualquiera que confía en él, eso es, cualquiera que lo ama —porque la confianza es la única avenida al amor— tiene vida eterna.







El evangelio le ofrece al hombre la vida. Nunca dejes que el evangelio te ofrezca sólo un poquito. No permitas que te ofrezca solamente gozo, o sólo paz, o sólo descanso, o sólo seguridad. Dile a las demás personas que Cristo vino a darle al hombre una vida más abundante de la que tiene, una vida abundante en amor, y por eso es también abundante en salvación. Es así únicamente que el evangelio puede tener dominio del todo de un hombre —cuerpo, alma y espíritu.







Mucho de lo que se predica como evangelio hoy en día se dirige sólo a una parte de la naturaleza del hombre. Ofrece la paz, no la vida; la fe, no el amor; la justificación, no la regene¬ración. Y los hombres se deslizan de tal religión, porque realmente nunca los asió. Su naturaleza no estaba toda en ella. No ofrecía una vida más profunda que la que habían llevado antes. Seguramente es razonable que solamente un amor más completo puede competir con el amor del mundo.







Amar abundantemente es vivir abundante¬mente. Y amar por siempre es vivir por siempre. Por lo tanto, la vida eterna está estrechamente relacionada con el amor. Queremos vivir por siempre por la misma razón que queremos vivir mañana. ¿Por qué queremos vivir mañana? Es porque hay alguien que te ama y a quien quieres ver mañana; quieres estar con él y amarlo. No hay otra razón por la que debemos seguir viviendo sino sólo la razón de que amamos y somos amados. Es cuando un hombre cree que no tiene quien lo ama que enfrenta la tentación de suicidarse. Mientras tenga amigos, los que lo aman y a quienes él ama, vivirá, porque vivir es amar. Aunque sea sólo el amor de un perro, lo mantendrá con vida. Pero si se quita eso entonces ya no tiene razón para vivir. Muere por su propia mano.







La vida eterna también es conocer a Dios… y Dios es amor. Medita en estas palabras de Jesús: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17.3). El amor tiene que ser eterno porque eso es lo que es Dios, eterno. A fin de cuentas, entonces, el amor es vida.







El amor jamás dejará de existir; y la vida jamás dejará de existir mientras haya amor. El amor es la cosa suprema porque siempre va a perdurar; es vida eterna. El amor es algo que nosotros vivimos ahora, no algo que obtenemos cuando morimos. Y no tendremos oportunidad de obtenerlo cuando morimos a menos que lo estemos viviendo ahora en esta vida. No hay peor destino que le puede tocar a una persona que vivir y envejecerse sola, sin amar y sin ser amada. Estar perdido es vivir en una condición no regenerada, sin amor y sin ser amado. Pero el que habita en amor también habita en Dios, porque Dios es amor.







Ya casi estoy terminando. ¿Cuántos de ustedes se unirán a mí para leer 1 Corintios 13 una vez por semana durante los próximos tres meses? Un hombre hizo eso una vez y cambió su vida entera. ¿Lo harás tú? Este capítulo habla de la cosa más grande en el mundo. Tal vez puedas comenzar leyéndolo todos los días, especial¬mente los versículos que describen el carácter del amor: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactan¬cioso…” Agrega estos ingredientes a tu vida. Entonces todo lo que tú haces será eterno. Vale la pena leer este capítulo a diario. Ningún hombre puede convertirse en un cristiano ma¬duro sólo por un sueño; tiene que cumplir con la condición requerida. Tiene que orar y meditar. Igual que cualquier desarrollo, ya sea corporal o mental, la madurez espiritual requiere prepara¬ción y cuidado.







Al mirar atrás en tu vida tú vas a encontrar que los momentos que sobresalen han sido los momen¬tos en que has hecho algo con un espíritu de amor. A medida que tu memoria sondea el pasado sobresalen, sobre todos los placeres de la vida, esas horas cuando has podido hacer bondades a las personas a tu alrededor, sin recibir ningún reconocimiento de los hombres.







Yo he visto muchas cosas hermosas que Dios ha hecho; he disfrutado de casi todo placer que él ha planeado para el hombre. Y aun así, al mirar hacia atrás veo que sobresalen en toda mi vida cuatro o cinco experiencias cortas cuando el amor de Dios se reflejó en mi vida por algún acto pequeño de amor que hice. Y estas experiencias parecen ser las únicas cosas eternas en la vida de uno. Todo lo demás en toda nuestra vida es transitorio. Todo otro bien es imaginario. Pero los actos de amor que ningún hombre sabe y que jamás puede saber —estos nunca fallan.







En el libro de Mateo se nos da una descripción acerca del día del juicio. Allí aparece uno sentado en un trono que está dividiendo las ovejas de las cabras. Y la prueba si son ovejas o cabras no es cómo han creído, sino cómo han amado. La prueba de la religión no es la religiosidad, sino el amor. Yo digo que la prueba final de la religión en ese gran día será cómo he cumplido las caridades comunes de la vida. No seremos juzgados solamente por lo que hemos hecho, sino que también por lo que no hemos hecho. Rehusar dar amor es negar al Espíritu de Cristo; es la prueba de que nunca lo conocimos, de que para nosotros él vivió en vano. Significa que ninguna vez estuvimos lo suficientemente cerca de él como para ser encantados por su compasión por el mundo.







Todas las naciones se reunirán ante la pre¬sencia del Hijo del hombre. Allí en la presencia de toda la humanidad recibiremos nuestra sentencia. Todos a quienes hemos ayudado estarán allí; y allí también estará la multitud de los que hemos despreciado. No se necesitarán otros testigos; nuestra falta de amor testificará contra nosotros.







No te engañes. Las palabras que algún día todos hemos de escuchar sonarán no sólo a causa de la teología, sino también por causa de la vida eterna; no sólo a causa de los credos y las doctrinas, sino también por causa del abrigo y la comida para los pobres; no sólo a causa de lo que dice en nuestras Biblias, sino también por causa de esos vasos de agua fría que debemos dar en el nombre de Cristo.







Gracias a Dios que los cristianos verdaderos de hoy en día se están acercando más a los necesitados del mundo. Vive para ayudar en eso. Gracias a Dios también que los hombres todavía pueden saber quién es Cristo, dónde está Cristo y quiénes son de Cristo.







¿Quién es Cristo? El que alimentó a los hambrientos, vistió a los desnudos y visitó a los enfermos.







¿Dónde está Cristo? “Cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18.5).







¿Quiénes son los de Cristo? “Todo aquel que ama, es nacido de Dios” (1 Juan 4.7).







El análisisDespués de contrastar el amor con cosas de menos importancia, Pablo, en tres versículos muy cortos, nos da un increíble análisis de lo que es esta cosa suprema.









Te pido que fijes bien la vista en esa cosa suprema. Es una cosa compuesta, nos quiere decir Pablo. Es como la luz. Cuando un científico pasa un rayo de luz a través de un prisma, sale del otro lado del prisma todos los colores del arco iris —rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Así Pablo pasa esta cosa, el amor, a través del magnífico prisma de su intelecto inspirado y sale del otro lado el amor descompuesto en todos sus elementos.







En estas breves palabras tenemos lo que uno llamaría el espectro del amor, el análisis del amor. ¿Acaso puedes ver todos sus elementos? ¿Es que acaso no te das cuenta que tienen nombres comunes, que son virtudes de las cuales escuchamos todos los días? ¿Acaso puedes darte cuenta que son cosas que pueden ser practicadas por todo hombre y por toda la vida? ¿Es que no ves que el Summum Bonum es formado por muchas cosas pequeñas y virtudes ordinarias?







El espectro del amor tiene nueve ingredientes:







■La paciencia: el amor “es sufrido”.



■La amabilidad: el amor “es benigno”.



■La generosidad: el amor “no tiene envidia”.



■La humildad: el amor “no se envanece”.



■La cortesía: el amor “no hace nada indebido”.



■El desinterés: el amor “no busca lo suyo”.



■El buen genio: el amor “no se irrita”.



■La sencillez: el amor “no guarda rencor”.



■La sinceridad: el amor “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad”.



La paciencia, la amabilidad, la generosidad, la humildad, la cortesía, el desinterés, el buen genio, la sencillez, la sinceridad —estas virtudes forman el don supremo, la estatura del hombre perfecto.







Tú observarás que todas estas expresiones del amor tienen que ver con lo que conocemos y entendemos. No tienen que ver con lo que no podemos entender. Nosotros escuchamos mucho del amor a Dios. Y también Cristo habló mucho del amor al prójimo. Hablamos mucho de tener paz con el cielo. Pero Cristo habló mucho de tener paz en la tierra. El amor en la religión verdadera no es una cosa fingida, sino el aliento de un espíritu eterno a través de este mundo temporal. La cosa suprema, en pocas palabras, no es nada más ni nada menos que un lustre glorioso que se muestra por medio de las muchas palabras que hablamos cada día y los numerosísimos hechos que hacemos a diario.







La paciencia. La paciencia es la actitud del amor: el amor espera a comenzar; no tiene prisa; es calmado. El amor está listo para hacer su trabajo cuando llega el llamamiento, pero mientras tanto viste el ornamento de un espíritu apacible y humilde. El amor todo lo sufre, todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera. El amor en¬tiende… y por esto espera.







La amabilidad. El amor es activo. ¿Has notado alguna vez cuánto de la vida de Cristo se pasó en hacer cosas amables? Haz un repaso de su vida con esto en mente y encontrarás que Cristo dispuso una gran porción de su tiempo simple¬mente haciendo a otros felices, haciendo favores para otros. Sólo hay una cosa más grande que la felicidad en el mundo, y ésa es la santidad.







La cosa más grande que un hombre puede hacer por su Padre celestial es ser amable con los demás hijos de Dios. Yo me pregunto: ¿Por qué es que no somos más amables? ¡Cuánto lo necesita el mundo! ¡Cuán fácilmente se hace! ¡Cuán instantáneamente se ven los efectos de ser amable con los demás!







“El amor nunca deja de ser.” El amor es éxito, el amor es felicidad, el amor es vida. El amor es la energía de la vida. La vida, con todo su gozo y toda su tristeza, es nuestra oportunidad de aprender a amar.







Donde está el amor, está Dios. El que perma¬nece en amor, permanece en Dios. Dios es amor. Por lo tanto, ama tú. Sin hacer distinción, sin demorar. Dáselo abundantemente a los pobres y a los ricos (quienes a menudo lo necesitan más). Sobre todo, ama a tus compañeros (a quienes a veces amamos menos).







Hay una diferencia entre tratar de agradar y dar placer. Da placer a otros. No pierdas las oportuni¬dades que se te presentan de dar placer a otros. El privilegio de dar placer es el triunfo de un espíritu que en verdad ama. Tú pasarás por este mundo solamente una vez. Por lo tanto, cual¬quier cosa buena que puedas hacer o cualquier amabilidad que puedas mostrar a un ser humano, hazlo ahora. No descuides las oportunidades porque no pasarás por aquí otra vez.







La generosidad. “El amor no tiene envidia.” El amor no hace competencia con otros. No importa cuál obra pretendas hacer. Tú vas a encon¬trar a otros haciendo la misma clase de obra y probablemente haciéndola mejor que tú. No los envidies. La envidia es un sentimiento que le desea el mal a otros. La envidia, uno de los vicios más despreciables de todos los que puede ocultar el alma del cristiano, nos espera al comienzo de cada obra que intentamos hacer, a menos que estemos fortalecidos con la gracia de la generosidad. Hay sólo una cosa que de veras el cristiano necesita envidiar —un alma que “no tiene envidia”.







La humildad. Después de aprender a vivir sin envidiar a nadie entonces tú tienes que aprender una cosa más; la humildad. La humildad pone un sello sobre tus labios y te hace olvidar lo que has hecho. Después que has sido amable, después que has mostrado amor al mundo y has hecho una obra bella entonces regresa a la sombra otra vez y no digas nada de lo que has hecho. El amor se esconde hasta de sí mismo. “El amor no es jactancioso, no se envanece.” La humildad —el amor escondido.



La cortesía. La cortesía es el amor en la sociedad, es la etiqueta de la misma. Es amor en cosas pequeñas. “El amor (...) no hace nada indebido.”



El amor no puede hacer nada indebido. Si una persona sin nada de cultura se encuentra entre gente de una educación elevada entonces el amor hace que la misma no se comporte indebida¬mente porque ese mismo amor está en su corazón para ayudarle. Alguien dijo de Robert Burns (poeta escocés) que no había caballero más genuino que él. Era porque él amaba a todo —el ratón, la margarita; todas las cosas, grandes y pequeñas, que Dios había hecho. Así que, con este pasaporte sencillo Robert Burns podía entrar en cortes y en palacios… mientras que él vivía en una casita en las orillas del río.




Tú conoces el significado de la palabra caba¬llero. Significa un hombre amable —un hombre que hace las cosas amablemente, con amor. Este es el misterio de la cortesía. “El amor (...) no hace nada indebido.”



El desinterés. “El amor no busca lo suyo.” Nota esto aquí: no busca ni lo que le pertenece. Nosotros estimamos demasiado a nuestros derechos. Sin embargo, tenemos que hacer caso al derecho más alto —él de renunciar nuestros derechos.


No es tan difícil renunciar a nuestros derechos. La cosa más difícil es renunciar a nosotros mismos. Y lo más difícil es no buscar cosas para nosotros mismos ni justificarnos en ninguna forma. Muchas veces después que las hemos buscado, comprado, ganado, merecido y que hemos sacado lo mejor de ellas para nosotros mismos entonces se nos hace difícil renunciar a ellas. De manera que cuando no buscamos nuestras propias cosas ni tampoco velamos por nuestros propios intereses, sino por los intereses de los demás, esto sí es difícil. “¿Y tú buscas para ti grandezas?” (Jeremías 45.5). Esta es la pregunta que hace el profeta. La respuesta es: “No las bus¬ques”. ¿Por qué? Porque la única grandeza es el amor sin egoísmo. Aun la abnegación en sí no es nada. Solamente el amor puede validar la abnegación.




Yo siempre he dicho que es más difícil no buscar nuestro bienestar de ninguna forma que después de haberlo encontrado entonces tener que renunciar al mismo. Pero es más difícil solamente para el corazón egoísta. Nada es difícil para el amor no fingido.







Yo creo que el yugo de Cristo es fácil de llevar. Y yo también creo que llevar su yugo es la vida más feliz que existe en este mundo. La lección más obvia en la enseñanza de Cristo es que no hay felicidad en tener o recibir cualquier cosa, sino sólo en dar. Yo me repito a mí mismo que no hay felicidad en tener o recibir, sino sólo en dar. Casi todo el mundo está equivocado en su búsqueda de la felicidad. Ellos piensan que consiste en tener y recibir, y en ser servidos por otros. Muy al contrario; consiste en dar y en servir a otros. Cristo dijo: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20.26). Y para el que quiera ser alegre, que recuerde que no hay más que una forma: “Más bienaven¬turado es [más felicidad hay en] dar que recibir” (Hechos 20.35).







El buen genio. “El amor (...) no se irrita.” ¿Qué podría ser más sorprendente que saber que el buen genio es algo que Dios requiere? Nos inclinamos a mirar al mal genio como una debilidad sin ningún perjuicio. Hablamos de ello como una mera falta de la naturaleza, una falla común, una cosa de temperamento y no una cosa de tomar muy en serio cuando evaluamos el carácter de una persona. Pero aquí, en medio de este análisis del amor también se menciona algo que tiene que ver con nuestro genio. Además, la Biblia una y otra vez condena al mal genio como uno de los elementos más des¬tructivos de la naturaleza humana.







Lo extraño del mal genio es que es el vicio de los virtuosos. Es muy a menudo la única mancha en un carácter noble. De seguro tú conoces a hombres que son casi perfectos y también mujeres que serían per¬fectas, pero no lo son debido a un temperamento muy enojadizo y una disposición de pólvora. Esta mezcla de un mal genio con un carácter de alta moralidad es uno de los más extraños y tristes problemas de la ética humana. La verdad es que hay dos clases de pecado —los pecados del cuerpo y los pecados de la disposición.







El hijo pródigo es un ejemplo de los pecados del cuerpo; el hermano mayor, de los de la disposición. La sociedad no vacila en decir cuál es el peor. Su veredicto cae sin lugar a dudas sobre el hijo pródigo. Pero, ¿estamos en lo correcto? Ninguna forma de corrupción —ni la mundanería, ni la avaricia del oro, ni siquiera la borrachera— hace más perjuicio en la sociedad que el mal genio. No hay nada más hábil que el mal genio para amargar la vida, para fragmentar comunidades, para destruir las relaciones más sagradas, para devastar hogares, para destruir a hombres y a mujeres, para quitar el vigor de la niñez… y para producir pura miseria.







Nota la vida del hermano mayor en la historia del hijo pródigo. Él era muy moral, trabajador y muy celoso en cuanto a todo. Ahora observa a este mismo hombre esperando fuera de la puerta de la casa de su padre. La Biblia dice que él “se enojó, y no quería entrar” (Lucas 15.28). También nota el efecto de gozo que había en el padre, en los sirvientes, y la felicidad que sentían los invitados. Ahora juzga el efecto que había en el hijo pródigo. ¡Y cuántos hijos pródigos no quieren entrar al reino de Dios por culpa del carácter tan malo de los que profesan estar adentro y no son un buen testimonio para ellos! ¿Qué ves al analizar la mala cara del hermano mayor? ¿Qué hay dentro de su corazón? Los celos, el enojo, el orgullo, la falta de caridad, la crueldad, la justicia propia, la irritación, la terquedad, el mal humor —estos son los pecados de esta alma oscura y sin amor.







Estos son también los pecados de la persona que tiene mal genio. Juzga si vivir en tales pecados de la disposición no sea peor que vivir en los pecados de la carne y si acaso eso no sea para otros más difícil de soportar. En verdad, ¿acaso no dijo Cristo que “los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios?” (véase Mateo 21.31). Realmen¬te no hay lugar en el cielo para una disposición como ésta. Un hombre con tal temperamento sólo haría del cielo un lugar miserable para todos allí. Por lo tanto, a menos que tal hombre nazca de nuevo, no puede entrar al reino de los cielos.







La disposición de una persona revela si tiene amor en el corazón o si no lo tiene. El mal genio es la fiebre intermitente que habla de una enfermedad no intermitente en el interior de la persona. Es la burbuja que sale a la superficie de vez en cuando y delata la podredumbre que hay debajo. Es una muestra de los productos más escondidos del alma que sale involuntariamente cuando no se está en guardia. Es la forma impe¬tuosa de unos cien pecados horrendos. Una falta de paciencia, una falta de generosidad, una falta de cortesía; todos son instantáneamente representados en un mo¬mento de mal genio.







Por lo tanto, no es suficiente tratar con el genio. Tenemos que ir a la fuente y cambiar la natura¬leza interna, y de esta forma el mal genio morirá por sí mismo. Las almas se endulzan no por quitar los ácidos de ellas, sino por poner algo dulce dentro de ellas —un gran amor, un nuevo espí¬ritu, el Espíritu de Cristo. Cuando el Espíritu de Cristo penetra en nuestro espíritu nos dulcifica, nos purifica y nos transforma. Este es el único remedio que puede quitar lo malo, lograr un cambio químico, renovar, regenerar y rehabi¬litar al hombre interno. El poder de la voluntad no cambia al hombre. El tiempo tampoco lo cambia. Pero, Cristo, sí puede cambiar al hom¬bre. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2.5).







Algunos de nosotros no tenemos mucho tiem¬po que perder. Recuerda una vez más que esta es una cuestión de vida o muerte. Este asunto urge. “Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18.6). Este es el veredicto del Señor Jesús: Es mejor no vivir que vivir sin amar.







La sencillez y la sinceridad. La sencillez es la virtud que necesitan las personas que viven sos¬pechando de otros. Poseer esta virtud es el gran secreto para influir en la vida de otros.







Tú podrás darte cuenta, si piensas por un momento, que las personas que influyen en tu vida son las que creen en ti. En un ambiente de sospechas los hombres se marchitan; pero en un ambiente de sencillez se desarrollan y encuentran ánimo.







Es una cosa maravillosa saber que aquí y allá, en este mundo frío y sin amor, todavía quedan unas cuantas almas que no viven sospechando de otros. El amor “no guarda rencor”, sino que ve el lado positivo y no pierde la confianza en otros. ¡Qué deleite es vivir en ese estado de la mente! ¡Qué bendición poder encontrarse con una persona que viva de esta manera! Cuando otros le tienen confianza a usted entonces le da seguridad. Y si tratamos de influir en la vida de otros muy pronto veremos que nuestro éxito depende de la confianza que ellos tienen en nuestra confianza hacia ellos.







El amor “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Corintios 13.6). Yo he llamado a esto sin¬ceridad. El que ama amará la verdad no menos que a los hombres. Se regocijará en la verdad —no se regocijará en lo que le han enseñado a creer; no en la doctrina de esta iglesia o en la de aquélla; no en este “ismo” o en aquel “ismo”; sino “en la verdad”. Él aceptará sólo lo que es verdadero; se esforzará por entender los hechos; buscará la verdad con una mente humilde y sin prejuicio; y atesorará todo lo que encuentre a costa de cualquier sacrificio. Es muy difícil definir este concepto con una sola palabra, y “sinceridad” realmente no es la más adecuada. Incluye también la abnegación que rehúsa aprovecharse de las faltas de otros; la compasión que no se deleita en exponer las debilidades de otros. Esto también incluye la sinceridad que se esfuerza para ver las cosas como son y se regocija al encontrarlas mejor que la sospecha temida o la calumnia denunciada.







* * *







Hasta aquí hemos hecho un buen análisis del amor. El pro¬pósito de la vida es tener este amor impreso en nuestro carácter. Este es el trabajo supremo al cual tenemos que aplicarnos en este mundo: aprender a amar. ¿Acaso la vida no está llena de oportunidades para aprender a amar? Todo hombre y mujer tiene muchas oportunidades todos los días. El mundo no es un patio de recreo; es un aula de clase. La vida no es un día feriado, sino un día de educación. Y la gran lección eterna para todos es cómo podemos amar mejor.







¿Qué hace a la persona un buen jugador de fútbol? La práctica. ¿Qué hace a un hombre buen artista, buen escultor, buen músico? La práctica. ¿Cómo podemos desarrollar el carácter de Cristo que Dios ha puesto en nosotros los creyentes? La práctica. Nada más. No hay nada caprichoso acerca de la religión. Las mismas leyes que se aplican al desarrollo del cuerpo también se aplican al desarrollo de la mente. Si uno no ejercita su brazo, no desarrolla el mús¬culo del bíceps; y si uno no ejercita su alma, no desarrolla ningún músculo en ella, ninguna fuerza de carácter, ningún vigor de fibra moral, y nada de belleza y crecimiento espiritual. El amor no es una cosa de emoción entusiasta. Es la expre¬sión rica, fuerte, viril, vigorosa del carácter cristiano —la naturaleza de Cristo. Y para desarrollar este gran carácter en nosotros tene¬mos que entregar¬nos a la práctica incesante.







¿Qué hacía Cristo en el taller de carpintería? Practicaba. Aunque él era perfecto, leemos que él “aprendió la obediencia”, y creció en sabiduría y en favor con Dios (véase Hebreos 5.8).







Entonces, no te quejes de tu suerte en la vida. No te quejes de las penas que no cesan, de las molestias que tienes que soportar, de las pequeñas e innobles almas con que tienes que vivir y trabajar. Sobre todo, no resientas las pruebas; no te quedes perplejo porque parece que las mismas no dejan de acumularse alrededor de ti. Ésa es tu práctica. Ésa es la práctica que Dios ha escogido para ti; y él está obrando para hacerte paciente, humilde, generoso, sin egoísmo, amable y cortés. No rechaces la mano que está moldeando la imagen de Cristo dentro de ti. Esta imagen de Cristo se está haciendo más hermosa aunque tú no la ves; y cada prueba puede agregar a su perfección. Por lo tanto, mantente en medio de la vida. No te aísles a ti mismo. Trata de estar en medio de los hombres y en medio de las cosas de la misma forma que en medio de los problemas, las dificultades y los obstá¬culos. Recuerda las palabras de Goethe (escritor y poeta alemán): “El talento se desarrolla en la soledad; el talento de oración, de fe, de medi¬tación, de ver lo invisible. Pero el carácter crece en la corriente de la vida del mundo. Allí principalmente es donde se debe aprender a amar.”







Pero, ¿cómo aprenderemos a amar? Para expli¬carlo mejor yo he nombrado algunos de los elementos del amor. Pero estas cosas son sólo elementos. El amor en sí nunca puede ser definido. La luz es algo que es más que la suma de sus ingredientes —es algo luminoso, deslumbrador y trémulo. Y el amor es algo más que todos sus elemen¬tos —una cosa palpitante, vibrante, sensitiva y viviente. Por medio de la síntesis de todos los colores se puede hacer la blancura; pero no se puede hacer la luz. Por medio de la síntesis de todas las virtudes se puede hacer la virtud; pero no se puede hacer el amor. ¿Cómo entonces pode¬mos lograr tener amor dentro de nuestras almas? Tratamos de imitar a los que lo tienen. Ponemos reglas en cuanto a ello. Observamos. Oramos. Pero estas cosas solas no producirán el amor. El amor es un efecto. Y únicamente al cumplir la condición correcta podremos lograr el efecto. ¿Cuál es la causa?







La Biblia dice: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). Lo amamos a él, porque él nos amó primero. Fíjate bien en esa palabra porque. Esa palabra es la causa a la que me he estado refiriendo: “porque él nos amó primero”. El efecto sigue: lo amamos a él... y amamos a todos los hombres. No podemos evitarlo. Porque él nos amó, lo amamos a él y a todo el mundo. Nuestro corazón ha sido cambiado. Si tú contemplas el amor de Cristo, amarás. Párate enfrente de ese espejo, refleja el carácter de Cristo y serás cambiado en la misma imagen. No hay otra forma. No puedes amar a la fuerza. Si miras a Cristo, crecerás en su semejanza; amarás como él ama. Así que, mira a este Carácter Perfecto, esta Vida Perfecta. Mira el gran sacrificio de Cristo. Él se dio a sí mismo a través de toda la vida y sobre la cruz del Calvario; tienes que amarlo. Y amándolo, tú llegarás a ser como él.







El amor engendra amor. Es un proceso de inducción. Si tú pones un pedazo de hierro en la presen¬cia de un cuerpo electrificado entonces esa pieza de hierro se electrifica también. Ese pedazo de hierro se convierte en un imán temporalmente en la mera presencia de otro imán con las características permanente de un imán. Mientras ambas piezas estén juntas entonces las dos serán imanes iguales. Es por eso que nosotros debemos permanecer al lado de aquel que nos amó y se dio por nosotros. Entonces nos convertiremos en imanes permanentes, una fuerza que atrae permanentemente. De manera que tanto y como él lo hizo, tú también atraerás a todos los hombres a ti. Y así de igual forma como él lo hizo, tú también serás atraído a todos los hombres. De esa manera el efecto del amor es inevitable. Cualquier hombre que cumple con esa causa tiene que tener ese mismo efecto producido en él.







Trata de renunciar a la idea de que la religión nos llega por fortuna, o por un misterio, o por capricho. La misma llega a nosotros por medio de leyes naturales, o por leyes sobrenaturales, porque toda ley es divina.







Eduardo Irving una vez fue a visitar a un mucha¬cho que moría. Cuando él entró al cuarto sólo puso la mano en la cabeza del muchacho, y dijo:







—Mi muchacho, Dios te ama —y se fue.







El muchacho brincó de su cama y gritó a toda la gente en la casa, diciendo:







—¡Dios me ama! ¡Dios me ama!







¡Una sola frase cambió a ese muchacho! El sentimiento de que Dios lo amaba lo venció… y comenzó la creación de un nuevo corazón en él. Y es así que el amor de Dios derrite el corazón sin belleza en el hombre y engendra en él la nueva creación que es paciente, humilde, ama¬ble y sin egoísmo. No hay otra forma para obtener la nueva creación que ama. Amamos a otros. Amamos a todos, aun a nuestros enemi¬gos, porque él nos amó primero.







La defensaAhora tengo unos párrafos más que agregar acerca de la razón de Pablo al señalar el amor como la posesión suprema.







Todo esto constituye una razón muy notable. En una sola palabra se resume tal razón: perdura. Pablo escribió que “el amor nunca deja de ser” (1 Corintios13.8). De ahí comienza otra de sus listas maravillosas de las grandes cosas que hacen que el amor sea tan impresionante. Aquí Pablo expone cada una de estas cosas en una forma tan sencilla y clara que sus lectores muy poco tendrán que agregar. Repasa las cosas que los hombres pensaron que iban a durar para siempre y destaca el hecho que todas son pasajeras.







“Las profecías se acabarán.” En aquellos días el deseo de cada madre judía era que su hijo se convirtiera en un profeta. Durante cientos de años Dios no había hablado por medio de ningún profeta. De manera que en ese tiempo un profeta era más grande que un rey. Los hombres esperaban deseosos para que viniera otro mensajero para examinar sus palabras y obedecerlas como si ellas fueran la misma voz de Dios. Pero Pablo dice: “Las profecías se acabarán” (1 Corintios 13.8). La Biblia está llena de profecías. Una a una se han ido cumpliendo y “acabando”. Esto quiere decir que una vez que las profecías se cumplen entonces su misión también se ha cum¬plido; no tienen nada más que hacer en el mundo excepto alimentar la fe de algún devoto.







“Cesarán las lenguas.” Esto era otra cosa muy codiciada en la antigüedad. Como todos sabemos, muchos siglos han pasado desde que las lenguas han sido conocidas en este mundo. Pero las lenguas van cesando. Esto se entiende como refiriéndose a los idiomas en general. Considera el idioma en que se escribió 1 Corintios 13 —el griego. Ya no existe el griego en la forma en que escribió Pablo. O piensa en el latín, que era la otra gran lengua en esos días. Cesó ya hace mucho tiempo. Piensa ahora en los dialectos e idiomas de muchos de los indios. Están cesando delante de nuestros ojos.







“La ciencia acabará.” La sabiduría de los antiguos, ¿dónde está? Está completamente borrada. Un niño de hoy en la escuela sabe más de lo que Sir Isaac Newton sabía; la sabiduría de Newton ya ha desaparecido. Cuando tú pones el periódico de ayer en el fuego; su ciencia desaparece. Hoy tú puedes comprar las ediciones viejas de las grandes enciclopedias por unos cuantos centavos; su “sabiduría” se ha desvanecido. Nota como las máquinas han suplantado el caballo y el carruaje. Observa también como la electricidad ha reemplazado tantas invenciones de los años pasados. “La ciencia acabará.”







En el patio trasero de muchos talleres tú podrás observar un montón de hierro viejo, unas cuantas ruedas y unas cuantas palancas; todas quebradas y corrompidas por el efecto del óxido. Hace veinte años esas cosas eran el orgullo de la ciudad. Muchos hombres venían del campo para ver la gran invención; ahora ya está reem¬plazada con otra —su día ya ha pasado. Y toda la ciencia y la filosofía de hoy, de las cuales el hombre se jacta, pronto serán viejas.







¿Acaso tú puedes decirme de algo que va a durar? Existen muchas cosas que Pablo no estimó dignas de ser nombradas. No mencionó el dinero, la fortuna, la fama. Pero él eligió las grandes cosas de su tiempo, las cosas que los hombres pensaban que tenían algo de valor. Pablo puso todas estas cosas un lado.







Pablo no tenía nada en contra de estas cosas en sí. Solamente dijo de ellas que no iban a durar. Eran grandes cosas, pero no eran supremas. Había otras cosas que perdurarían más allá que estas otras. Lo que somos se extiende más allá de lo que hacemos, más allá de lo que poseemos.







Muchas cosas a las que los hombres se apegan no son pecaminosas; pero son temporales. Y eso es un argumento favorito del Nuevo Testamento. Juan dice del mundo, que el mismo “pasa”. Hay mucho en el mundo que es delicioso y bello; hay mucho en él que es grande, pero no durará. Todo lo que hay en el mundo, los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida son sólo por un ratito. Por lo tanto, no ames al mundo. Nada de lo que contiene es digno de la vida y la consagración de un alma inmortal. El alma inmortal tiene que darse a algo inmortal. Y las únicas cosas inmortales son éstas: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13.13).







Algunos piensan que pueda llegar el tiempo cuando dos de estas tres cosas pasarán también —la fe cambiará a vista y la esperanza a realidad. Pablo no dice así. Nosotros sabemos sólo un poquito ahora de las condiciones de la vida que ha de venir. Pero lo que es seguro es que el amor durará. Dios, el eterno Dios, es amor. Por lo tanto, codicia tener ese don eterno, esa única cosa que por seguro va a durar, esa única moneda que estará en circulación en el universo cuando todas las otras monedas de todas las naciones serán inútiles y sin valor alguno. Si te das a muchas cosas; date primero al amor. Deja que la primera gran meta de tu vida sea lograr el gran carácter del amor —el carácter de Cristo.







Ya he dicho que el amor es eterno. ¿Alguna vez has notado cuán constantemente Juan habla del amor y la fe junto con la vida eterna? Cuando yo era muchacho no me dijeron que: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree (...) tenga vida eterna” (Juan 3.16). Lo que se me dijo, y que yo bien recuerdo, era que tanto amó Dios al mundo que si yo confiaba en él entonces iba a tener una cosa llamada paz. Yo iba a tener descanso, gozo y también seguridad. Pero tuve que averiguar por mí mismo que cualquiera que confía en él, eso es, cualquiera que lo ama —porque la confianza es la única avenida al amor— tiene vida eterna.







El evangelio le ofrece al hombre la vida. Nunca dejes que el evangelio te ofrezca sólo un poquito. No permitas que te ofrezca solamente gozo, o sólo paz, o sólo descanso, o sólo seguridad. Dile a las demás personas que Cristo vino a darle al hombre una vida más abundante de la que tiene, una vida abundante en amor, y por eso es también abundante en salvación. Es así únicamente que el evangelio puede tener dominio del todo de un hombre —cuerpo, alma y espíritu.







Mucho de lo que se predica como evangelio hoy en día se dirige sólo a una parte de la naturaleza del hombre. Ofrece la paz, no la vida; la fe, no el amor; la justificación, no la regene¬ración. Y los hombres se deslizan de tal religión, porque realmente nunca los asió. Su naturaleza no estaba toda en ella. No ofrecía una vida más profunda que la que habían llevado antes. Seguramente es razonable que solamente un amor más completo puede competir con el amor del mundo.







Amar abundantemente es vivir abundante¬mente. Y amar por siempre es vivir por siempre. Por lo tanto, la vida eterna está estrechamente relacionada con el amor. Queremos vivir por siempre por la misma razón que queremos vivir mañana. ¿Por qué queremos vivir mañana? Es porque hay alguien que te ama y a quien quieres ver mañana; quieres estar con él y amarlo. No hay otra razón por la que debemos seguir viviendo sino sólo la razón de que amamos y somos amados. Es cuando un hombre cree que no tiene quien lo ama que enfrenta la tentación de suicidarse. Mientras tenga amigos, los que lo aman y a quienes él ama, vivirá, porque vivir es amar. Aunque sea sólo el amor de un perro, lo mantendrá con vida. Pero si se quita eso entonces ya no tiene razón para vivir. Muere por su propia mano.







La vida eterna también es conocer a Dios… y Dios es amor. Medita en estas palabras de Jesús: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17.3). El amor tiene que ser eterno porque eso es lo que es Dios, eterno. A fin de cuentas, entonces, el amor es vida.







El amor jamás dejará de existir; y la vida jamás dejará de existir mientras haya amor. El amor es la cosa suprema porque siempre va a perdurar; es vida eterna. El amor es algo que nosotros vivimos ahora, no algo que obtenemos cuando morimos. Y no tendremos oportunidad de obtenerlo cuando morimos a menos que lo estemos viviendo ahora en esta vida. No hay peor destino que le puede tocar a una persona que vivir y envejecerse sola, sin amar y sin ser amada. Estar perdido es vivir en una condición no regenerada, sin amor y sin ser amado. Pero el que habita en amor también habita en Dios, porque Dios es amor.







Ya casi estoy terminando. ¿Cuántos de ustedes se unirán a mí para leer 1 Corintios 13 una vez por semana durante los próximos tres meses? Un hombre hizo eso una vez y cambió su vida entera. ¿Lo harás tú? Este capítulo habla de la cosa más grande en el mundo. Tal vez puedas comenzar leyéndolo todos los días, especial¬mente los versículos que describen el carácter del amor: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactan¬cioso…” Agrega estos ingredientes a tu vida. Entonces todo lo que tú haces será eterno. Vale la pena leer este capítulo a diario. Ningún hombre puede convertirse en un cristiano ma¬duro sólo por un sueño; tiene que cumplir con la condición requerida. Tiene que orar y meditar. Igual que cualquier desarrollo, ya sea corporal o mental, la madurez espiritual requiere prepara¬ción y cuidado.







Al mirar atrás en tu vida tú vas a encontrar que los momentos que sobresalen han sido los momen¬tos en que has hecho algo con un espíritu de amor. A medida que tu memoria sondea el pasado sobresalen, sobre todos los placeres de la vida, esas horas cuando has podido hacer bondades a las personas a tu alrededor, sin recibir ningún reconocimiento de los hombres.







Yo he visto muchas cosas hermosas que Dios ha hecho; he disfrutado de casi todo placer que él ha planeado para el hombre. Y aun así, al mirar hacia atrás veo que sobresalen en toda mi vida cuatro o cinco experiencias cortas cuando el amor de Dios se reflejó en mi vida por algún acto pequeño de amor que hice. Y estas experiencias parecen ser las únicas cosas eternas en la vida de uno. Todo lo demás en toda nuestra vida es transitorio. Todo otro bien es imaginario. Pero los actos de amor que ningún hombre sabe y que jamás puede saber —estos nunca fallan.







En el libro de Mateo se nos da una descripción acerca del día del juicio. Allí aparece uno sentado en un trono que está dividiendo las ovejas de las cabras. Y la prueba si son ovejas o cabras no es cómo han creído, sino cómo han amado. La prueba de la religión no es la religiosidad, sino el amor. Yo digo que la prueba final de la religión en ese gran día será cómo he cumplido las caridades comunes de la vida. No seremos juzgados solamente por lo que hemos hecho, sino que también por lo que no hemos hecho. Rehusar dar amor es negar al Espíritu de Cristo; es la prueba de que nunca lo conocimos, de que para nosotros él vivió en vano. Significa que ninguna vez estuvimos lo suficientemente cerca de él como para ser encantados por su compasión por el mundo.







Todas las naciones se reunirán ante la pre¬sencia del Hijo del hombre. Allí en la presencia de toda la humanidad recibiremos nuestra sentencia. Todos a quienes hemos ayudado estarán allí; y allí también estará la multitud de los que hemos despreciado. No se necesitarán otros testigos; nuestra falta de amor testificará contra nosotros.







No te engañes. Las palabras que algún día todos hemos de escuchar sonarán no sólo a causa de la teología, sino también por causa de la vida eterna; no sólo a causa de los credos y las doctrinas, sino también por causa del abrigo y la comida para los pobres; no sólo a causa de lo que dice en nuestras Biblias, sino también por causa de esos vasos de agua fría que debemos dar en el nombre de Cristo.







Gracias a Dios que los cristianos verdaderos de hoy en día se están acercando más a los necesitados del mundo. Vive para ayudar en eso. Gracias a Dios también que los hombres todavía pueden saber quién es Cristo, dónde está Cristo y quiénes son de Cristo.







¿Quién es Cristo? El que alimentó a los hambrientos, vistió a los desnudos y visitó a los enfermos.







¿Dónde está Cristo? “Cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18.5).







¿Quiénes son los de Cristo? “Todo aquel que ama, es nacido de Dios” (1 Juan 4.7).

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