LA PRÁCTICA

EN CIERTO MODO ERES PADRE DE TI MISMO




Conozco a una mujer que bailaba. Durante muchos años se dedicó a la danza y luego a enseñar a bailar. Cuando la vi por primera vez ya era mayor, pero en su porte, esbelta como un junco, en sus brazos y en sus manos, que hilaban con suavidad siempre sus palabras, se notaba la huella de una larga carrera profesional. Especialmente en su rostro, pero también en su persona entera, había una elegancia grabada a fuego que acompañaba todo lo que hacía.



Así es: nuestras acciones nos conforman. Cuando elijo actuar de una manera, me estoy eligiendo a mí mismo, estoy eligiendo ser de esa manera concreta. No hay escapatoria. Y esto es asombroso. Si Paquito empieza de niño a decir mentiras, pues es un niño que dice mentiras. Pero si no se corrige, llegará un momento en que Paquito será un mentiroso. La mentira se habrá hecho carne –o piedra– en su corazón, en sus razonamientos, en sus intenciones. Y lo asombroso es que no se puede ser neutral. Nuestras acciones nos dejan una marca, nos construyen. Vivir no es como tirar distraídamente una piedrecita al río. Vivir deja huella en el corazón. Y en este sentido somos un poco padres de nosotros mismos. Primero hay una repetición de actos, y luego esa repetición de acciones genera un hábito, y ese hábito nos conforma: es, por así decir, la casa donde vivimos. Los hábitos buenos son virtudes. Los hábitos malos, vicios. Las virtudes nos hacen libres. Los vicios nos esclavizan.



El que vive desde el corazón, desde la verdad del corazón, y procura así andar honestamente, con sinceridad, a la vuelta de los años será una persona íntegra, y quienes le traten sabrán que ahí no hay doblez ni fingimiento, que están delante de alguien en quien verdaderamente se puede confiar. Igual que la elegancia de la bailarina está hecha de muchas horas de aprendizaje y ensayos, también el esfuerzo humilde y diario, a través de nuestros aciertos y errores, forja en lo más íntimo la persona que somos.