Bill leyó el siguiente comunicado a la Junta de Servicios Generales en su reunión de enero de 1968:
»En nombre de la Conferencia de Servicios Generales Norteamericana, los custodios de la Junta de Servicios Generales de A.A., y los miembros del personal de la Oficina de Servicios Generales de Nueva York, quisiéramos presentar la que es, a mi parecer, nuestra posición sobre la cuestión del establecimiento de más servicios generales en países extranjeros y sugerir los pasos que se pueden dar para consolidar el trabajo de servicio general que ya se realiza en el extranjero, para aumentar la cantidad de centros de este tipo en países extranjeros, y para darles un plan metódico de desarrollo que se pueda adaptar a las varias necesidades de los muchos países que se vean implicados, de una u otra forma, en estas actividades.
»Primero, quisiera señalar la distinción entre los servicios locales y los servicios generales o mundiales. Aunque A.A. es una sociedad que no tiene ni una estructura inflexible ni un reglamento rígido, nos damos cuenta de que los servicios de A.A., organizados y propiamente administrados, son esenciales para asegurar que funcionen bien los grupos, las áreas locales y A.A. en su totalidad. Es la única manera en que podemos llevar nuestro mensaje al alcohólico que aún sufre. Por lo tanto, nuestros grupos comúnmente nombran comités, cuyos miembros sirven por rotación, y en los centros metropolitanos más grandes, elegimos comités locales o centrales, que se encargan de responder, en sus oficinas o por medio de servicios de contestación telefónica, a los que piden ayuda, apadrinándolos, aconsejándoles sobre la hospitalización, etc. Estos trabajos los hacemos con el objeto de responder únicamente a las necesidades locales y a los problemas de área. La mayoría de los miembros de A.A. están familiarizados con estas actividades, y se dan cuenta perfectamente de que son necesarias; muchos miembros siguen creyendo que A.A., para funcionar eficazmente, no necesita más que de los servicios de grupo y de intergrupo. Pero no es verdad.
»Ya en 1938 se reconoció que A.A. tendría que establecer una entidad directora a nivel internacional, y que dicha entidad tendría que crear aquellos servicios fundamentales que no se debían suministrar en la localidad de una manera casual. Si no hubiéramos hecho esto, la Comunidad de A.A. se habría hundido, sin duda, en un cisma, si no en la anarquía. Obstaculizado así, nuestro mensaje nunca habría podido llevarse a ninguna parte. La mayoría de nuestros miembros actuales bebería todavía, o estarían muertos.
»El primer paso fue crear una junta administradora que se llama, hoy en día, la Junta de Servicios Generales de A.A. Trabajando conjuntamente conmigo y con el Dr. Bob, esta entidad comenzó a suministrar los servicios vivificantes, beneficiosos para A.A. en su totalidad, y para aquellos innumerables alcohólicos que aún sufrían y que no sabían nada de nosotros.
»Nuestro próximo paso fue empezar a preparar una literatura uniforme. Con este fin, logramos publicar, en 1939, el libro Alcohólicos Anónimos. Este volumen y los demás libros y muchos folletos que se han escrito desde entonces pusieron a A.A. a disposición de la gente en todas las partes del mundo. Por consiguiente, no se podía desvirtuar el mensaje de A.A. Emprendimos así nuestro primer intento para asegurar la unidad de A.A. y la eficacia de sus operaciones.
»En 1940 abrimos una oficina pequeña en Nueva York. Originalmente sólo dos personas —una secretaria y yo— servimos como oficinistas. Muy pronto nos llegaron peticiones de información, a las cuales empezamos a responder. Escribimos a cada persona que nos envió una carta y, cuando fue posible, dirigimos a los que buscaban ayuda a los pocos grupos que en aquel tiempo existían. Incluso en aquellos primeros días, se comenzó a dar publicidad a nivel nacional. No podíamos dejar esta comunicación de valor inestimable en manos de cualquier alcohólico que quisiera agarrar un micrófono o publicar su nombre en la prensa precipitadamente. En 1941, con mucho cuidado arreglamos que se publicara el famoso artículo del Saturday Evening Post; como respuesta a esta publicación, nuestra oficina fue inundada con 6,000 súplicas desesperadas de ayuda. Algunas nos llegaron de países extranjeros. Así fue el comienzo de nuestro servicio de información pública; desde entonces sus experiencias valiosas han sido transmitidas a las cinco partes del mundo.
»En aquella época, nuevos grupos de A.A. brotaban por centenares. La mayoría de ellos pronto se encontraron con graves problemas —principalmente los problemas de miembros de A.A. que intentaban vivir y trabajar juntos en armonía—. Manteníamos una correspondencia consultiva con una creciente cantidad de grupos. A muchos de aquellos grupos les comunicamos las experiencias venturosas de grupos más antiguos. Así evitamos un desastre. Hoy en día, los grupos en todas partes del mundo pueden aprovecharse de esta actividad importante, que ahora se llama ›relaciones de grupos‹.
»En 1945, las lecciones de esta abundancia de experiencia de grupos fueron recopiladas en las ›Doce Tradiciones‹ de A.A. —las guías de suma importancia en que se fundamenta nuestra unidad extraordinaria—. Nuestros custodios se hicieron vigilantes de las mismas Tradiciones. La sede central en Nueva York instó a todos los miembros a que las aceptaran y adoptaran, explicando los peligros que representaba una desviación de ellas.
»Muchos otros servicios fueron creados para responder a necesidades específicas, por ejemplo: guías para los trabajos en hospitales psiquiátricos, cárceles y miembros solitarios. En 1944, nuestra revista de carácter nacional e internacional, ›The Grapevine‹, de A.A. empezó a publicarse.
»Los ejemplos anteriormente mencionados —y se pueden citar otros muchos— hacen destacar la necesidad de prestar servicios generales globales. Sin duda, se puede atribuir el crecimiento de A.A. y su armonía, en gran parte, a la administración de estos servicios esenciales, durante 30 años, por medio de nuestra oficina de Nueva York.
»Hasta 1951, la supervisión del servicio mundial en Nueva York, era la responsabilidad de nuestra junta de custodios, del personal de la oficina central y mía; nombrados por nosotros mismos, nos encargábamos de esta actividades.
»Aunque los grupos en los EE.UU. y el Canadá habían costeado los gastos de nuestra operación, no tenían ni voz ni voto en la dirección de nuestros asuntos en el exterior. Al efectuarse la Conferencia de Servicios Generales Norteamericana en 1951, la situación cambió. En este momento histórico, los custodios y yo nos hicimos responsables ante un cuerpo de delegados elegidos por los estados y provincias. Nuestros servicios generales fueron vinculados firmemente a A.A.
»También se inició otro cambio importante. El Dr. Bob había fallecido. Yo era el único cofundador sobreviviente. La pregunta se planteó: ›¿Quién asumiría mis responsabilidades?‹ Había desempeñado dos funciones. Junto con el Dr. Bob, había servido como símbolo del aspecto espiritual de A.A. Por supuesto, no se podría delegar esta función a ningún individuo o junta. En gran parte, ya se había transmitido a una multitud de miembros de A.A., quienes, por el ejemplo personal que daban de desarrollo y devoción, se habían convertido en modelos inspiradores de un liderato constructivo y espiritual.
»Fue evidente que ningún individuo nos podría reemplazar —es decir, en el sentido espiritual, al Dr. Bob y a mí—. Por lo tanto, el problema de ›sucesión espiritual‹ ya se había resuelto —la Comunidad de A.A. instintivamente había seguido el camino justo—.
»Sin embargo, en cuanto a las responsabilidades que tenía como director de servicio mundial, todavía tenía que abordar los problemas. Finalmente, me di cuenta de que yo tenía que transmitir deliberadamente esta función —no a una persona, sino a muchas personas. Tenía que delegar el cargo de director de servicio mundial a los custodios de nuestra Junta de Servicios Generales. Ellos tendrían que convertirse en los custodios mundiales del servicio de A.A. en la Oficina de Servicios Generales; tendrían que estar al frente de esta organización mundial. No había otro recurso.
»En la oficina no podía seguir sirviendo como el ›Sr. Literatura‹, el ›Sr. Información Pública‹, etc. Tendría que despedirme de mi trabajo como gerente de las oficinas centrales de A.A. Desde 1950, me he limitado al cumplimiento de algunos trabajitos en la oficina. Todas mis responsabilidades como director de servicios han sido transmitidas; el servicio mundial ahora vuela con sus propias alas. Afortunadamente, no me había quedado más tiempo del conveniente.
»Sin embargo, todavía es necesario que se desarrolle otro aspecto de nuestra estructura de servicio mundial. Tenemos que establecer otros centros de servicio mundial; además de los que han empezado a formarse en los últimos años.
»Hace mucho tiempo, nos dimos cuenta de que la oficina de Nueva York no podría prestar para siempre todos los servicios generales a todos los países deA.A. El por qué es fácil de entender: nuestra estructura centralizada se perjudicaría.
1. La centralización, si no se refrenara, tendría como resultado la creación de una ›capital‹ mundial de A.A. en Nueva York. Una centralización así, sin límite, no sería prudente, desde un punto de vista psicológico.
2. Excluiría la posibilidad de crear una dirección eficaz en el extranjero.
3. Otros países serían privados de la responsabilidad saludable de manejar sus propios servicios generales.
4. Desde un punto de vista administrativo, más centralización en Nueva York sería una inconveniencia. Por ejemplo, ¿cómo podría la oficina de Nueva York manejar y dirigir las relaciones públicas en Europa o Australia? Podemos seguir dándoles consejo si lo piden, pero nunca podríamos prestar servicios en países extranjeros, como hacemos en la región norteamericana.
5. Llegaría a ser difícil o imposible financiar una operación centralizada en Nueva York. Incluso ahora, aproximadamente el 15% de nuestro presupuesto para los servicios está destinado a las actividades de grupos en el extranjero. Solamente una pequeña parte de estos gastos se pagan con las contribuciones recibidas de países extranjeros; los grupos en los EE.UU. y el Canadá cubren la mayor parte.
»Es posible que algún día la población de A.A. en el extranjero exceda a la de Norteamérica. ¿Y entonces qué? ¿Estarían de acuerdo los grupos extranjeros —que no tienen ninguna representación en la Conferencia Norteamericana— en financiar las actividades de la O.S.G. en Nueva York en gran escala, sin poder decir nada respecto a la disposición de sus contribuciones?
»Afortunadamente, nos hemos dado cuenta de estos posibles problemas. Nuestro Manual del Tercer Legado de servicio y los Estatutos que contiene, aclaran que los EE.UU. y el Canadá —›la sección norteamericana‹— constituyen solamente una parte de la estructura eventual de servicio mundial. Esto quiere decir que, a tiempo, y de acuerdo con consideraciones de geografía, lenguaje y necesidades actuales, otros centros pueden ser creados para servicios en general.
»En esta coyuntura, se pueden hacer dos preguntas: 1) ¿Quisiera Nueva York excluirse totalmente de los servicios en el exterior? 2) ¿Debe cada país en el mundo entero mantener una oficina de servicios generales, con muchos gastos, con el solo propósito de copiar la oficina norteamericana?
»A la primera pregunta, respondemos: ›no‹. Solamente quisiéramos transferir, poco a poco, aquella parte de neustra responsabilidad en el servicio extranjero que sea posible. La Oficina de Servicios Generales en Nueva York seguiría compartiendo su experiencia con los centros nuevos; pero al mismo tiempo transferiríamos, lo más que pudiéramos, nuestros poderes administrativos a los nuevos centros de servicio en el extranjero.
»A la segunda pregunta, también respondemos: ›no‹. No creemos que los países que tienen una población pequeña de miembros de A.A. deban administrar por sí mismos todos los servicios de A.A. Por ejemplo, algunos países podrían trabajar juntos para establecer una oficina común de servicios generales. Puede que muchos países nunca necesiten más que un comité de servicios generales. Como de costumbre, los miembros de dicho comité servirían por rotación; serían nombrados por representantes de los grupos en las convenciones nacionales anuales. Sin duda, lo mejor sería elegir este comité según el ›método del Tercer Legado‹. Se podría autorizar a este comité encargarse de los asuntos de interés general y actuar de enlace con los demás centros de servicios generales.
»Esta modesta misión establecería en cada país interesado una organización rotativa nacional, e inclusive los miembros estarían mejor informados sobre los servicios de A.A. Así podrían prepararse para asumir las responsabilidades más grandes, de presentarse éstas más adelante. Un comienzo igual que éste se podría iniciar inmediatamente en muchos otros países de población pequeña, lo cual no costaría mucho. De esta manera, la evolución de un servicio ordenado sería creada.
»Naturalmente, en Nueva York estamos completamente dispuestos a animar y ayudar a los centros de servicios generales y de literatura ya existentes o que se planean en un futuro próximo —como lo hemos hecho desde hace algunos años—.«
»Aquí en Nueva York opinamos que una conferencia, compuesta de delegados extranjeros, elegidos por primera vez en aquellos países que tienen una población grande de A.A., debe convocarse para reunirse aquí con nosotros en el otoño de 1969. El propósito de la conferencia sería considerar, en todo aspecto, la evolución futura del servicio mundial. Como ensayo, hemos conducido una encuesta, con el fin de determinar la conveniencia de un proyecto exploratorio de este tipo; la idea ha sido acogida con mucho entusiasmo por los países en el extranjero.
»Antes de convocar esta conferencia, tenemos que obtener la aprobación oficial de nuestra Junta de Servicios Generales en su reunión de enero de 1968, y la de la Conferencia de Servicios Generales Norteamericana, en abril de 1968. Tengo la esperanza de que nos autoricen a efectuar esta asamblea y de que se asignen fondos adecuados para cubrir el costo de nuestra contribución en los gastos.«
La propuesta fue aprobada entusiasticamente por los custodios y por los delegados a la Conferencia de EE.UU. y Canadá de 1968.
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