La Undécima Tradición: Nuestra política de relaciones públicas se basa más bien en la atracción que en la promoción; necesitamos mantener siempre nuestro anonimato personal ante la prensa, la radio y el cine.
La Duodécima Tradición: El anonimato es la base espiritual de todas nuestras Tradiciones, recordándonos siempre anteponer los principios a las personalidades.
En su “último mensaje” a la Comunidad en octubre de 1970, Bill W., cofundador de A.A., afirmó la continua importancia del anonimato. “Si me preguntaran cuál de estas bendiciones era, según mi opinión, la más responsable de nuestro desarrollo como Comunidad y la más vital para nuestra continuidad, yo diría: el ‘Concepto de Anonimato’… A.A. tiene que cambiar y seguirá cambiando a medida que pasen los años. No podemos, ni debiéramos retrasar el reloj. Sin embargo, yo creo firmemente que el principio del anonimato tiene que seguir siendo nuestra salvaguardia primordial y permanente. Mientras aceptemos nuestra sobriedad en nuestro espíritu tradicional de anonimato, continuaremos recibiendo la Gracia de Dios.”
Cuando Bill dijo estas palabras, A.A. tenía 35 años—años que habían sido de gran significación histórica para toda persona interesada en el problema del alcoholismo. Gracias en gran parte al crecimiento y al éxito de A.A., el público tenía cada vez más conocimientos de esta enfermedad; había una variedad de recursos profesionales disponibles para el alcohólico enfermo; y miles de borrachos estaban logrando su sobriedad—muchos de ellos antes de que sus vidas hubieran sido destruidas por el alcoholismo.
Casi 30 años más tarde, el mensaje de A.A. ha sido llevado a 150 países, y hay unos dos millones de miembros en todo el mundo. Las organizaciones que en su estructura han seguido el modelo de A.A., han hecho que las palabras “recuperación” y “trabajo de Paso Doce” formen parte del vocabulario cotidiano. A.A. es reconocido por algunos como uno de los movimientos sociales más importantes del siglo XX. Hay voces — dentro y fuera de A.A.— que dicen con insistencia que, con tantos magníficos logros y éxitos a la vista del público, la Comunidad ya no tiene necesidad del anonimato.
¿Por qué, entonces, se adhiere A.A tan firmemente a esta tradición? Porque, en términos pragmáticos, esta tradición sirve a A.A. hoy tan eficazmente como lo ha hecho durante los últimos 60 años.
El anonimato protege al recién llegado
A nivel práctico, el anonimato protege al recién llegado. En una sociedad en la que se consideraba el alcoholismo un tema moral y se despreciaba al borracho de poca voluntad, los miembros pioneros se aferraban al anonimato como si fuera su salvavidas. Aunque hoy el alcoholismo es reconocido como enfermedad y ha desaparecido en gran parte el estigma social, los sentimientos de miedo, vergüenza y culpabilidad que tiene el alcohólico son tan fuertes como siempre. Puede que el anonimato que A.A. ofrece al alcohólico enfermo y tembloroso sea la única cosa que le permita sentir la suficiente seguridad para llamar por teléfono o ir a una reunión de A.A. y así dar los primeros pasos tambaleantes hacia la recuperación. Sin el anonimato, muchos que necesitan A.A. nunca encontrarían sus puertas.
El individuo es quien decide el grado de anonimato que quiere tener con su familia, sus amigos, sus empleadores e incluso con sus compañeros de A.A.
“Doce puntos para asegurar nuestro futuro”
Las Doce Tradiciones fueron publicadas por primera vez en abril de 1946, cuando Bill W. presentó a la Comunidad “Los doce puntos para asegurar nuestro futuro” (que se conocen ahora como la forma larga de las Tradiciones). “Nadie inventó Alcohólicos Anónimos,” escribió Bill. “Brotó y evolucionó. Su desarrollo, logrado por un método de pruebas y tanteos, nos ha producido una rica experiencia. Poco a poco, hemos venido adoptando las lecciones de esta experiencia, primero como normas y luego como Tradición.”
El punto once expuso la política de relaciones públicas de A.A.: “Nuestras relaciones con el mundo exterior deben caracterizarse por la modestia y el anonimato. Opinamos que A.A. debe evitar la propaganda sensacionalista. Nuestras relaciones públicas deben guiarse por el principio de atracción y no por la promoción. No tenemos necesidad de alabarnos a nosotros mismos. Nos parece mejor dejar que nuestros amigos nos recomienden.”
El anonimato al principio desconcertó y luego impresionó a la prensa. Bill escribió en 1946 que “casi todo periodista que hace un reportaje acerca de A.A. empieza quejándose de lo difícil que es escribir un artículo sin nombres. No obstante, al darse cuenta de que se trata de un grupo de gente a quienes no les importa en absoluto ninguna ventaja personal, pronto se ve dispuesto a dejar pasar esta inconveniencia.¼ Por lo tanto, el artículo que escribe es amistoso, y nunca un mero trabajo rutinario. Escribe con entusiasmo, porque el reportero se siente entusiasmado.” (Grapevine, 3/46)
En el punto doce, Bill explicó la esencia de lo que significa el anonimato: “Finalmente, nosotros los Alcohólicos Anónimos creemos que el principio de anonimato tiene una inmensa significación espiritual. Nos recuerda que debemos anteponer los principios a las personalidades; que debemos practicar una modestia verdaderamente humilde. Todo esto a fin de que las bendiciones que conocemos nunca nos estropeen; que vivamos siempre en contemplación agradecida de El que preside sobre todos nosotros.”
Las Lecciones de la Experiencia
La humildad nunca ha sido fácil para los alcohólicos. Los miembros fundadores de A.A., sin guías tradicionales que seguir, aprendieron por un proceso muy doloroso de pruebas y tanteos que el éxito podría ser el peligro más grande para su sobriedad y para la Comunidad todavía en ciernes. Los miembros que volvieron a sus acostumbradas exigencias de poder y atención volvieron a emborracharse, empañando así la reputación de la Comunidad. Y a largo plazo, incluso cuando los miembros con sólida sobriedad trataron de obtener el reconocimiento del público “para el bien de A.A.,” Alcohólicos Anónimos pagó un precio muy caro.
En la revistal Grapevine de enero de 1955, Bill W. describió los resultados devastadores de la búsqueda desastrosa del poder y del prestigio personales, del honor público y del dinero: los mismo impulsos implacables que antes, al ser frustrados, nos hicieron beber; las mismas fuerzas que hoy en día desgarran el mundo….. Poco a poco, empezamos a entender que la unidad, la eficacia e incluso la supervivencia de A.A. siempre dependería de nuestra continua voluntad de sacrificar nuestros deseos y ambiciones personales por la seguridad y bienestar comunes. Así como el sacrificio significaba la supervivencia para el individuo, también significaba la supervivencia y la unidad para el grupo, y para A.A. en su totalidad.” Bill, como buen narrador, nos relató unos ejemplos increíbles de cómo el bienestar a corto plazo puede ser desastroso a largo plazo.
Un jugador de béisbol bastante bien conocido logró su sobriedad en A.A. y ya que su regreso al béisbol fue tan espectacular, aparecieron en la prensa muchos reportajes sobre el caso, en los que se atribuía a A.A. el mérito de su recuperación. “Los alcohólicos vinieron en tropel. Estábamos encantados.” El mismo Bill W. hizo una gira, dando entrevistas personales en nombre de A.A. “Supongo que, durante dos o tres años, yo era el principal violador del anonimato en A.A.” Todo el mundo creía que el anonimato era importante, pero en esos tiempos parecía que si las circunstancias eran favorables se podrían hacer excepciones.
Otros miembros siguieron el ejemplo de Bill, abandonando el anonimato “por el bien de A.A.” Una mujer, miembro de A.A., usando su nombre completo y diciendo que era miembro de A.A., emprendió una campaña de educación sobre el alcohol. “[E]l proyecto tuvo resultados inmediatos.¼ Iba aumentando la comprensión del público acerca del alcoholismo e iba disminuyendo el estigma que se había puesto al borracho; y empezaron a llegar nuevos miembros a A.A. Con toda seguridad, no podía haber nada de malo en ello.
“Pero sí lo había. Por tener estas ventajas a corto plazo, nos estábamos exponiendo a futuros riesgos de proporciones alarmantes y amenazadoras.” Un miembro de A.A. empezó a publicar una revista dedicada a la causa de la Prohibición, usando el nombre de A.A. para atacar los males del whisky. Luego, una asociación mercantil de licores propuso que un miembro ocupara un puesto de “educación.” Iba a decir a la gente que el alcohol en cantidades excesivas era malo para cualquier persona y que ciertas personas, los alcohólicos, no debían beberlo en absoluto. Nuestro amigo A.A. tendría que romper su anonimato—causando necesariamente al público la impresión de que A.A. estaba a favor de la “educación,” al estilo de los comerciantes de licor.
Estos acontecimientos y otros parecidos sirvieron para recalcar dramáticamente lo arriesgado que era hacer uso del nombre de A.A. con fines distintos del de llevar el mensaje anónimamente. Cuanto más valioso es el nombre de A.A., tanto más seductora es la tentación. Dentro de pocos años, Bill y otros miembros que habían roto su anonimato se dieron cuenta de que tenían que salirse de la vista del público si A.A. iba a sobrevivir.
Los Washingtonianos
Unos cien años antes, un movimiento parecido, encaminado a ayudar a los alcohólicos, floreció y luego fracasó, principalmente por no tener principios espirituales unificadores. En abril de 1840, seis amigos, compañeros de copas, se reunieron en la Taberna Chase de Baltimore y allí decidieron unánimemente dejar la bebida. Su naciente grupo, al que se puso el nombre de los Washingtonianos, tenía una sola meta: “la redención de los borrachos. Dentro del plazo de un año, habían reformado a 1,000 borrachos y tenían otros 5,000 miembros y amigos; pasados unos pocos años más, el número de miembros ascendió a varios centenares de miles. Sin embargo, los Washingtonianos no tenían un conjunto de tradiciones que les pudiera mantener unidos y enfocados en su objetivo. Los líderes del movimiento estaban muy a la vista del público y pronto se vieron envueltos en causas políticas y en el movimiento antialcohólico. A finales de 1847, los Washingtonianos casi habían desaparecido.
Renunciar al reconocimiento público
En los años 50, década en que las Doce Tradiciones fueron adoptadas por la Comunidad, los A.A., gracias a haber aprendido las lecciones de la historia, ya se dieron cuenta del valor de renunciar al poder y al prestigio y de vivir de una manera genuinamente humilde. Desde entonces los miembros—con muy pocas excepciones—se han mantenido apartados de la vista del público y se han negado a aceptar el reconocimiento público por su afiliación con A.A.
Durante un período de varios años, Bill W. se veía casi inundado de propuestas para darle reconocimiento público por ser uno de los cofundadores de Alcohólicos Anónimos. (El Dr. Bob S., el otro fundador, murió en 1950.) Bill rechazó varios premios universitarios, se negó a tener su nombre e historia personal publicados en el “Quién es quién en América,” dijo que no a la revista Time, la cual hubiera puesto su foto en la portada de un número, y rehusó el premio Lasker (el cual fue otorgado en cambio a la Comunidad de A.A.). En 1954, la Universidad de Yale le ofreció un título honorario de Doctor en Derecho y se negó a aceptarlo. Las razones por haber hecho esto, que todavía tienen resonancia para el nuevo milenio, las explicó en una carta fechada el 2 de febrero de 1954, dirigida al entonces secretario de Yale, Reuben A. Holden:
“Si aceptara [tal distinción], los beneficios a corto plazo para Alcohólicos Anónimos y para las legiones de personas que todavía sufren de nuestra enfermedad, serían considerables y de un alcance mundial. No tengo la menor duda de que una muestra de apoyo tan potente aceleraría grandemente la aprobación pública de A.A. en todas partes. Por lo tanto, solamente la más contundente razón podría moverme a privar a Alcohólicos Anónimos de una oportunidad de esta envergadura.
“Esta es la razón: La Tradición de Alcohólicos Anónimos—nuestra única forma de gobierno—pide a todo miembro que evite cualquier publicidad u honor personal que pueda vincular su nombre con nuestra Sociedad en la mente del público. La Duodécima Tradición de A.A. dice: ‘El anonimato es la base espiritual de todas nuestras Tradiciones, recordándonos siempre anteponer los principios a las personalidades.’
“Debido a que hemos tenido ya mucha experiencia concreta en este principio vital, hoy en día todo miembro juicioso de A.A. es de la opinión de que si, en los años venideros, seguimos practicando este principio de manera absoluta, esto servirá para garantizar nuestra eficacia y nuestra unidad, refrenando fuertemente a todos aquellos para quienes el reconocimiento y los honores públicos no son sino un trampolín hacia la dominación y el poder personal.
“Al igual que otros hombres y mujeres, los A.A. miramos con profunda aprensión la tremenda lucha por el poder que se desenvuelve a nuestro alrededor, una lucha de múltiples formas que invade todos los aspectos de la vida, desgarrando nuestra sociedad. Creo que los A.A. tenemos la suerte de darnos cuenta claramente de que tales fuerzas no deben regir nunca entre nosotros, porque serían nuestra perdición.
“La Tradición de anonimato personal y de negarnos a aceptar honores ante el público es nuestro escudo protector. No nos atrevemos a enfrentarnos indefensos a la tentación del poder"
la foto es del año 1942
y presenta a varios miembros de AA, incluyendo a su cofundador Bill Wilson, enmascarados para preservar el anonimat