Mujeres en la oficina de AA en 1.946
Los co-fundadores de A.A. Bill W. y el Dr. Bob se conocieron
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en Akron, Ohio, el 12 de mayo de 1935. Para 1937, Bill y los
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alcohólicos de Nueva York habían dejado el grupo Oxford
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(predecesor de A.A.), principalmente debido a una creciente
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convicción de que los alcohólicos necesitaban trabajar con
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otros alcohólicos. Ese mismo año Bill se unió en un asunto de
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negocios con Henry “Hank” P., un pelirrojo enérgico y antiguo
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ejecutivo de una compañía de petróleo quien, con la ayuda de
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Bill, se estaba manteniendo sobrio. El plan: organizar a los
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distribuidores de gasolina del norte de New Jersey en una coo-
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perativa compradora. Ubicada en 17 William Street, Newark,
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New Jersey, tenía el nombre de Honor Dealers, y una secreta-
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ria, Ruth Hock, con un salario de $25 a la semana.
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Ruth, de 24 años de edad, natural de Newark, estaba
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divorciada y tenía un hijo que mante-
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ner. No-alcohólica, nunca se hubiera
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imaginado que contribuiría a ayudar a
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la frágil comunidad de A.A.—en la que
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40 “borrachos”, más o menos, se esta-
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ban manteniendo sobrios—a desarro-
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llarse y florecer. Años más tarde, en
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noviembre de 1955, cuando Bill estaba
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empezando a escribir la historia de los
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20 primeros años de la Comunidad—
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que se publicaría dos años después con
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el título de
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Alcohólicos Anónimos llega
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a su mayoría de edad
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—él le pidió a
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Ruth que compartiera sus recuerdos de
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aquellos primeros días.
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Ruth Hock
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Estimado Bill: Según
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recuerdo, tú llevabas un poco más de
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un año sobrio cuando te conocí en
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Honor Dealers. El puesto de trabajo al
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que me presenté era el de secretaria de
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un tipo de compañía distribuidora
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para un grupo de estaciones de servi-
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cio. Naturalmente, no tenía ni idea de
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la sorpresa que el destino me tenía reservada y el cambio que
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produciría en mi vida personal, en mis relaciones y en mis
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opiniones de mis prójimos.
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Hank me entrevistó, y mi primera impresión fue que tenía
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una personalidad amable y viva, y empecé a trabajar inme-
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diatamente esa misma mañana…. Tú llegaste poco después,
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Bill, con un aura de tranquilidad, cálida amabilidad, de
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tomar decisiones prudentes y sin precipitación—y según me
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pareció en aquel entonces, sin mucho interés en el negocio de
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las estaciones de servicio. Al final de aquel primer día, yo era
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una mujer muy confundida, porque, si recuerdo correcta-
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mente, aquella tarde tuviste un visitante en tu oficina, y creo
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que se trataba de Paul K. [un posible miembro]. La puerta de
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tu oficina estaba abierta de par en par y en lugar de frases
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comerciales, lo que oí fueron fragmentos de una conversación
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acerca del sufrimiento del borracho, una esposa desconsola-
da, y lo que ciertamente entonces me pareció una extraña
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conclusión—que ser un borracho era una enfermedad.
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Recuerdo claramente sentir que todos ustedes eran duros
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de corazón porque en algunos momentos podía oír risas
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estentóreas acerca de varios incidentes de borracheras.
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(Recordarás como yo, ya sé, que en aquellos días y en los
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siguientes años, hablábamos de “borrachos”, no de “alco-
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hólicos”, y por lo tanto uso esos términos.) Afortu-
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nadamente, tanto Hank como tú me parecían simpáticos—
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y no me asusto fácilmente—y además me pagaban $3
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dólares por semana más de lo que me daban en otro sitio,
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así que decidí intentarlo.
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Muy pronto, Honor Dealers dejó de recibir atención de
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parte de Bill y Hank, que estaban más interesados en ayudar
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a los borrachos y en publicar un libro
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acerca de la incipiente sociedad.
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R.H.
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Las actividades de Honor
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Dealers, según recuerdo, nunca tenían
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mucha importancia… eran sólo unos
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medios para conseguir un fin: ayudar a
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un grupo de borrachos desconocidos.
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Por provenir de una familia alemana
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ahorrativa, yo sé lo que pensaba—que
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si ustedes dos dedicaran la misma can-
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tidad de energía, ideas y entusiasmo a
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Honor Dealers como dedicaban a los
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borrachos, posiblemente llegarían lejos.
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Muy pronto dejé de preocuparme
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por el éxito de Honor Dealers, y empecé
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a estar más interesada en cada cara
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nueva que llegaba con un problema
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alcohólico y me preocupaba mucho
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por saber si habían logrado salir ade-
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lante. Todos ustedes me hacían sentir
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como si yo fuera una persona muy
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valiosa por mí misma y muy importan-
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te para ustedes, lo cual a su vez hacía
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que siempre tratara de hacer lo mejor posible por ustedes.
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Eso es para mí una parte del secreto del éxito de A.A.—dar
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generosamente de uno mismo para satisfacer las necesidades
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del prójimo.
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Muy pronto Bill y Hank se vieron en grandes dificultades
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para pagar el alquiler y el salario de Ruth. Honor Dealers se
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trasladó a un nuevo lugar más pequeño y más barato; pero,
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dijo Ruth en sus memorias, el día de pago siguió siendo “un
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asunto muy indefinido.” En la primavera de 1938 Bill empezó
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a trabajar intensivamente en el texto básico de la comunidad,
|
Alcohólicos Anónimos.
|
R.H.
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Bill, tú empezaste a dictar cartas para el Doc. S. [Dr.
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Bob]. Nunca te gustó que yo las escribiera en taquigrafía—
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siempre las dictabas directamente según yo las mecanogra-
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fiaba…. En una ocasión en esos primeros meses conocí al
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Doc, que daba a todos una sensación de gran serenidad—paz
Bill W. junto a ruth hock enuna reunión típica de un club de AA
consigo mismo y con Dios—y un gran deseo de compartir con
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otros lo que había encontrado.
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Durante ese primer año, creo que nunca asistí a una reu-
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nión. Pero por las cartas que me dictabas, Bill, por todo lo que
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oía en la oficina y por las cartas que yo contestaba en tu nom-
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bre, empecé a absorber la idea de lo que aquello se trataba,
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de lo que estabas intentando hacer, y me di cuenta de que se
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estaba hablando de la posibilidad de escribir un libro.
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Muchos de ustedes creían que era una necesidad absoluta
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porque, incluso entonces, la idea original [de A.A.] se distor-
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sionaba a menudo en los cientos de discusiones de palabra.
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Su básica simplicidad original era a menudo expuesta de
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manera confusa e incomprensible y, además, se hacía cada
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vez más difícil exponer la idea satisfactoriamente en una
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carta tras otra para contestar a los interesados.
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Según lo veo hoy, la idea básica de cada capítulo del libro y de
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los Doce Pasos es esencialmente la misma que escribiste origi-
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nalmente en aquellas páginas amarillas…. La primera tenía que
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ver con cuánto se iba a mencionar a Dios en el libro y en los
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Doce Pasos. El resultado [de a menudo intensas discusiones] fue
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la frase “Dios como tú Lo concibes,” que no creo que nunca
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tuviera una reacción negativa en ningún sitio…. Te dieron la luz
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verde en todas partes donde enseñaste la copia mecanografia-
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da, incluyendo el Dr. Bob y el contingente de Akron, donde se
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enviaba una copia de todo para su aprobación o crítica.
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El único cambio importante que recuerdo cuando se esta-
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ba escribiendo el libro es que originalmente estaba dirigido
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directamente al posible alcohólico, es decir: “Tú estabas equi-
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vocado”—“Tú debes”—“Tú deberías”; y después de mucho
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lío se cambió para decir, “Nosotros estábamos equivoca-
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dos”—“Nosotros debemos”—“Nosotros deberíamos”, etc.
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Los grupos de Akron y Ohio estaban hablando continua-
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mente sobre el título del nuevo libro.
|
La Salida
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era el favorito,
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hasta que se descubrió que había una docena de libros con el
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mismo título. Finalmente, recordó Ruth, se llegó a un acuerdo:
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El libro se titularía
|
Alcohólicos Anónimos
|
.
|
R.H.
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Me resulta difícil recordar cómo se financió el libro….
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Originalmente el libro se hizo en horas de Honor Dealers. Los
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salarios que se pagaron venían de las transacciones de Honor
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Dealers, y el papel, los lápices, la oficina, la máquina de escri-
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bir, el teléfono, etc. pertenecían a Honor Dealers. Quiero
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poner en claro que nunca se estafó a los miembros de Honor
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Dealers—siempre se les dio servicio sin demora. Lo que pudie-
|
ra haber sido una buena idea para un negocio de estaciones
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de servicio nunca llegó a realizarse plenamente.
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Desgraciadamente, no me resulta fácil hacer entender el
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espíritu de alegría, el auténtico disfrutar de la vida, la acepta-
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ción optimista de una derrota temporal, la voluntad para
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seguir intentando, el continuo esfuerzo para satisfacer a todos
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los que hicieron que la experiencia de esos años fuera tan
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valiosa y tan gratificadora…. Incluso las discusiones y los des-
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acuerdos, que fueron muchos, se llevaban a cabo con una
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disposición básica de al menos llegar a un acuerdo. Por lo
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tanto, siempre era posible llegar a un acuerdo y siempre se
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lograba de una manera amistosa.
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Creo que la capacidad de reírse de ustedes mismos y de
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perforar su propia importancia es uno de los pasos básicos de
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A.A.—hace que cada persona sea más agradable y encanta-
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dora, sea o no sea alcohólica. Lo poco que he podido absorber
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ha hecho que la vida sea más simple para mí.
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Justo antes de la publicación de
|
Alcohólicos Anónimos
|
en
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abril de 1939 por la casa editora Cornwall Press, su presiden-
|
te, Edward Blackwell, preguntó cuántos ejemplares había
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que imprimir. Los A.A., con la esperanza de que apareciera
|
publicado simultáneamente un artículo sobre la sociedad en
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el Reader’s Digest (que nunca resultó), seguían pensando en
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una gran cantidad, informó Bill más tarde. Pero aunque esta-
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ba “sin duda impresionado”, el Sr. Blackwell sugirió imprimir
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5,000 ejemplares en la primera impresión y aceptó un pago
|
inicial de $500—todo lo que los A.A. podían permitirse. Se
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decidió poner el precio de $3.50 por libro, que en 1939 era un
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precio elevado. Para compensar, se utilizó el papel más grue-
|
so que había disponible para el ejemplar original, que llegó a
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ser tan voluminoso que se le llamó el Libro Grande. Bill diría
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más tarde que “la idea era convencer al alcohólico que estaba
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aprovechando bien su dinero,” pero según recordaba Ruth “la
|
idea, según la entendía yo, era que todos los que iban a leer
|
este libro, al principio, iban a estar temblorosos y nerviosos, y
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no querían letras pequeñas en páginas finas.”
|
R.H.
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Cuando finalmente el libro salió de la imprenta, todos
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